39. No tienes por qué

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Francesca

Siento los párpados pesados, forzándome a abrir los ojos que de a pocos se adaptan a la luz. Me remuevo en aquella cama, percibiendo el frescor de las sábanas que me cobijan, bostezo hondo hasta que al fin quedo bocarriba, intentando rememorar lo que pasó anoche.

La primera imagen que me viene a la mente es la de unos ojos de un color miel, profundos, oscuros, que no dejaban de recorrer cada centímetro de mi cuerpo haciéndome sentir indefensa, cautiva, luego el recuerdo de unas manos tocando mi piel entre sutiles caricias y desmedidos agarres, de una voz profunda repitiendo cuánto me deseaba. Por reacción cierro los ojos al tener presente cada sensación despertada, el cómo correspondí a cada palabra y toque que Víctor me brindaba, a veces sintiendo vergüenza pues no soy así. Siempre he sido recatada, hasta mido las palabras, pero anoche tuve la necesidad de imponer, de no solo darle poder sobre mí sino también querer tenerlo bajo control. Me desconocí cuando empecé a tocarlo, a actuar a las demandas que mi cuerpo exigía y admito me encantó ver lo que le provocaba.

No bastó una vez, se necesitó de otra más para que al fin nuestros cuerpos se rindieran ante la fatiga. Luego de tomarme en el comedor, me cargó en brazos, dirigiéndonos hasta su cuarto, haciéndome el amor en posiciones que la Francesca mesurada jamás se hubiese atrevido hacer, pero aunque lo niegue y ahora de nuevo la pena me invada por recordar mis caricias atrevidas, disfruté demasiado. Esa segunda vez fuimos con más calma, gozando de lo que el otro brindaba. Me permití besarlo más, tocar parte de su cuerpo en plenitud, complacida por la vista de aquel hombre que por donde mire, es atractivo. Lo que más me atrapa es su mirada, la convicción que muestra al hablar, cuando actúa de forma precipitada o incluso siendo atento. Anoche me sorprendió con algunas cosas que me dijo, a veces dejándome sin palabra, respondiendo lo primero que se me venía a la mente para no dejarlo con la duda.

Ahora mi mente divaga en ello, considerando si fue prudente darle esas respuestas; creo que me excedí porque la verdad ahora que tengo la cabeza despejada y mi cuerpo relajado, considero que lo mejor es no darle falsas ilusiones. Me encantó el sexo, fue muy estimulante desafiarme, a su vez dejar que me doblegara, pero más allá de eso no creo poder brindarle más porque lo que siento por él es física atracción. Por eso anoche, cuando terminamos, al preguntarme que si quería que durmiera con él en la misma cama le dije que no, que prefería quedarme sola. Lo tomó a bien, o eso me parece pues no noté molestia alguna.

Me incorporo en la cama, sentándome al borde, aspirando profundo la colonia de la prenda que usé como pijama para dormir; no vi problema en tomar la camisa que Víctor usaba anoche ya que no pensé en traer nada más, pues insistente, me pidió que me quedara a dormir. Me queda hasta un poco más arriba de la mitad de los muslos, lo suficiente para tapar las bragas que traigo puestas. Estando cerca donde Víctor dejó mi cartera sobre la mesa de noche, antes de poder tomarla alguien golpea a la puerta.

—Pasa —enuncio, ubicando la entrada del cuarto.

Víctor entra a la habitación, trayendo una bandeja con un desayuno bien cargado, dejándome enmudecida; en serio que no me acostumbro a esa clase atención, siempre tuve el concepto de él que no es de esos que va a los detalles con una mujer, que no es de dedicar su tiempo en cortejar, que va directo al punto. Creo que tendré que retirar ese mal pensamiento, aunque me inquieta creer que lo hace porque en verdad le intereso, más allá de querer tenerme solo para su placer.

—Te traje el desayuno si no te molesta —comenta inexpresivo, yendo hacia una mesa que queda al costado izquierdo de la cama, pegada a la pared, para dejar la bandeja. Mientras lo veo servir café de un recipiente en dos tazas, mi vista viaja hacia su ancha espalda.

Está vestido de pantalón deportivo gris y camiseta blanca sin mangas, dejando al descubierto el tatuaje que tiene en su brazo, preguntándome si habrá sido de esos hombres intrépidos en su juventud, imaginándolo sobre una motocicleta, portando una chaqueta de cuero y gafas para sol, causándome gracia y cierto interés por saber.

Cuestión de Tiempo [Cuestiones II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora