18. Solo quiero una cosa

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Francesca

Retirando la incomodidad por lo sucedido momentos atrás, me dejo guiar por Víctor. Nos ubicamos casi a mitad de la pista; se gira para quedar cara a cara, cambiando en ese movimiento ágil, casi de modo imperceptible, la mano que sostiene la mía, la otra la posa en mi cintura para estar más cerca. No me atrevo a verlo a los ojos y de hecho él tampoco, mantiene la vista fija al frente.

Me siento debilitada, descompensada, acorralada, sometida, todas esas sensaciones, dejándome llevar de algún modo extraño, como si le confiara que me guíe en ese compás lento en el que nos sume la melodía que nos hace danzar de forma automática. De momento alzo la vista; su altura es más intimidante teniéndolo tan cerca, me rebasa por varios centímetros sintiéndome diminuta a comparación.

De repente baja la mirada, para mi sorpresa se la sostengo, me escruta con tal intensidad que de golpe se me acalora el rostro, esa característica sensación de que el pasmo y los nervios me gobiernan, aún más cuando suelta mi mano para afianzar mi cintura. Por reacción mando las manos hacia sus hombros, pero me quedo ahí, no me atrevo a apartarlo. Bailamos despacio, me dejo sumir por la melodía. Por extraño que parezca me siento en tranquila aun sabiendo lo abrupto que puede comportarse o los comentarios fuera de base que suele hacer.

—Madre de un chico de quince; soltera —comenta de repente sacándome de mis pensamientos. Proceso lo que me acaba de decir; no fue descortés, solo un comentario casual para sacar conversación.

—Sí. Fue difícil criarlo, pero hago mi mayor esfuerzo —me sincero, dedicándole una media sonrisa. Continuamos bailando, olvidando a quienes nos rodean, Víctor se muestra más relajado por mi comentario—. Usted también tiene un hijo.

Aparta la mirada, percibiendo inquietud de su parte, como si le costara considerar ese hecho. Cautelosa, espero una reacción de su parte, sin embargo se mantiene impasible, severo, diría que hasta irritado por tener que responder.

—Descuide, no volveré a indagar sobre su vida privada —indico, intentando aliviar la tensión que hasta ahora percibo.

Víctor relaja la postura, cierra los ojos, siendo evidente el peso que le produce hacer mención de su hijo el cual no recuerdo del todo, si acaso lo vi en una de tantas fiestas navideñas que hacía la señora Bathory en su casa. Fue hace mucho, apenas tendría unos veinte años el chico.

Dando una corta exhalación vuelve a enfocarme, esta vez más serio que antes, sin dejar de irradiar seguridad de sí mismo, como si lo sucedido segundos atrás fuera poco relevante.

—Nunca se ha casado —endosa, igual de natural que la cuestión anterior.

Riendo entre dientes niego con la cabeza. No sé por qué pero decido abrirme para que vea que soy alguien de confianza, además de que ahora lo percibo más ameno a pesar de que no me adapto del todo al modo en que me mira, siendo analítico, intenso, decidido.

—No, hasta ahora —declaro, con una media sonrisa en los labios.

Capto cómo sus manos se remueven en mi cintura; sus dedos vacilantes producen un cierto cosquilleo que de golpe hace que mi estómago se revuelva, que sobrecoge mi pecho, volviendo a tensionar cada partícula de mi ser.

—Usted tampoco —murmuro, en un intento por despejar ese efecto que atrapa mis sentidos, dejándome cautiva de su toque y su mirada. No debería sentirme así, es sólo un baile, solo que con Víctor siendo mi acompañante es de por sí una tarea ardua de ejecutar.

—No he encontrado a la mujer indicada —musita, suavizando todo, desde el agarre de mi cintura hasta la intensidad de su mirar, siendo más atento. En vez de tranquilizarme me pone más nerviosa.

Cuestión de Tiempo [Cuestiones II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora