36. La excusa perfecta

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Francesca

No pude disuadirlo de dejarlo para otro día, quería ya estar conmigo... y admito que yo igual, así que le propuse mejor ir a otro lugar para dar cabida a lo que sentimos.

Luego de limpiar su herida con alcohol, costándome demasiado hacer que desistiera de besarme, salimos de la oficina, él tomándome firme de la mano, entrelazando nuestros dedos, caminando con tal seguridad a mi lado que me trasmite esa sensación.

Desde mi posición, a un paso tras él, me pierdo en su espalda, en su andar decidido, la forma en que con soltura se desplaza hacia el ascensor, sosteniendo su saco con la otra mano, echándolo a su hombro. Me mira de reojo, dedicándome una media sonrisa, cálida, como si con solo eso me dijera que confíe en él. Jala sutil de mi brazo, acercando mi mano a su boca, depositando un beso en el dorso, disparando una corriente de sus labios al hacer contacto con mi piel.

—Mi bohemia —murmura cuando termina, volviendo rápido la vista al frente, esta vez agarrando mi brazo bajo el suyo, sin soltar mi mano.

A este punto mi corazón palpita a mil revoluciones, la cara me hierve por los nervios que me invaden por lo que pueda resultar. No me entiendo, antes mantenía cierta reserva de tratarlo, me daba recelo estar a su lado, y aunque admito que me intimida su imponente presencia y atractiva apariencia, también hay algo que me invita a saber qué tiene para brindarme. Es como esas ganas de experimentar algo nuevo. Si comparo, Gerald y Víctor son similares con respecto a su temperamento, pero en la intimidad mi ex prometido era algo seco, iba directo al punto, no me incitaba lo que Víctor sí, un deseo desmedido, esas ganas de no solo tener sexo sino también de perdurarlo con caricias profundas, marcadas, esas que dejan al cuerpo deseando más. Recibo ese calor que embarga al cuerpo, el corazón, la lujuria, una atracción que cuando se desata te sientes desconocido. Eso me pasó cuando me besó aquella vez en el restaurante, fue algo que me dejó pensando por días, que no quise contarle a Gerald no por ocultarle mi desliz, sino porque en serio estaba considerando esas sensaciones que provocó en mí y que hacía tiempo tenía dormidas.

Y ahora que tengo la oportunidad de dar cabida a esa tentación, es más la ansiedad porque llegue ese momento.

Estamos frente al ascensor, Víctor oprime el botón; mientras esperamos a que ascienda, se vuelve para tomar mi cintura y pegarme a él, haciendo que cierre los ojos por instinto cuando sus labios toman los míos con tal vehemencia que me deja casi sin aliento. Fue un beso corto pero el suficiente para que dure varios segundos en recomponerme.

— ¿Vamos a mi apartamento? —cuestiona, percibiendo su colonia que atrapa mis sentidos.

—Tengo que ir a casa, vine en mi coche, tengo que dejar a alguien al cuidado de mi hijo. —contesto luego de abrir los párpados, enfocando esos mieles ojos que intensos reparan en mis labios y luego en mi mirada, obligándome a posar mis dedos sobre su boca cuando está por darme otro beso. Se ríe entre dientes por mí accionar.

—Tu hijo tiene quince años —indica, divertido, mientras se aparta cuando oye las puertas del ascensor abrirse. Sin soltarme de la mano entramos al compartimiento—, está lo suficientemente grande para cuidarse solo, y si es por el auto nos movilizamos con él hasta mi apartamento, no veo problema.

—Sí, pero mañana trabajo, debo levantarme temprano —informo mientras me giro, dándole la espalda.

Víctor se posiciona atrás mío cuando las puertas del ascensor se cierran, me toma de la cintura para pegarme a él, luego despeja mi cuello de mi cabello; me da un beso en la base de mi oreja que eriza cada gramo de mi ser, anulando mi respiración. Ladeo la cabeza a un lado para darle más espacio.

—Somos jefes —murmura contra mi piel, mandando corrientes que estremecen hasta mi vientre bajo, no me deja pensar con claridad. Succiona sutil, besos húmedos que arman un sendero hasta que llega a mi hombro. Jala mi vestido para despejar esa zona, torturando mi cuerpo que ruega ejecute esa caricia en otra parte. Vuelve a hablar—. Si queremos podemos faltar. Además... —Deposita otro beso, dando un ligero mordisco al final. Sus manos trazan círculos en mis caderas, para al final agarrarme con tesón, haciendo que contraiga mis facciones por la fascinación que me produce ese afiance imprevisto, más cuando siento tallar su creciente erección contra mis glúteos—, dejé tu oficina destrozada, la excusa perfecta para faltar.

Cuestión de Tiempo [Cuestiones II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora