44. Un tiempo

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Torrance

Evan da otro paso hacia mí que cerca todos los espacios. Sin darme tiempo de reaccionar me toma del cuello para pegarme a él y darme un beso efusivo en los labios. No puedo reaccionar ni sé cómo hacerlo, solo me quedo con los ojos abiertos de par en par, con mis manos sobre su pecho, siendo automático el que mis labios correspondan a ese beso.

Mi corazón da un vuelco tan abrupto que quedo anclada al suelo, cual estatua. ¡Dios, es Evan quien me besa! No se trata de un patán que a la fuerza busca algo más de mí, es el chico más atento y dulce quien me demuestra lo que siente de este modo, solo que no sé cómo corresponder. Por reacción cierro los ojos, sintiendo como mi sistema se altera ante cada probada de su boca, de cómo mi corazón palpita desenfrenado, mi respiración se hace pesada, como el calor se acrecienta y el miedo me gobierna porque no sé, no sé qué hacer, porque no soy de quienes dañan a quienes más estiman.

Trato de considerar esto, la situación salida de control, solo que mi cabeza es un enredo y mi cuerpo no colabora pues parece hipnotizado por su cercanía, por ese beso ansioso que me da, por el afiance que ejerce en mi cintura para tenerme aferrada a él. No está bien, no, no lo está, más aún cuando de golpe unos ojos grises se pasan por mi mente. ¡Dios, Ethan! ¡No, no puedo hacerle esto!

—Torrance —habla cuya voz profunda ocasiona que un escalofrío espectral me recorra de punta a punta. Siendo brusca empujo a Evan, abriendo los ojos de par en par, buscando enseguida el origen de esa voz, encontrándome con lo que menos quería.

Sus ojos gélidos, ennegrecidos, su mandíbula tensa, su postura rígida, todo eso me destroza, aún más cuando esos hermosos orbes se muestran brillantes, producto de la furia contenida o puede que de la desilusión que le he causado. Ethan está quieto, de brazos cruzados en la entrada de la cocina, su vista no está en mí sino en Evan. Miro de reojo al chico a mis espaldas que igual se mantiene serio, manso, pero a la expectativa de lo que pueda pasar.

Si antes no sabía qué hacer ahora no tengo ni puta idea de cómo remediar esto, si le digo cualquier cosa sin pensar es seguro que no me va a creer, no más tengo que ver su semblante ese que irradia una ira tal que no sé cómo se contiene tanto.

—Parece que interrumpo —comenta Ethan, en una media sonrisa que me quema por dentro, pues no es sincera sino de pesadumbre.

Dejando con mucha dificultad la culpa que pesa toneladas tanto en la conciencia como en mi pecho, niego repetidas veces con cabeza dando pasos hacia él, en mi desesperación por aclarar este lío, pero de repente Evan se interpone en mi camino, parándose ante mí cual muro de concreto.

—Sí, interrumpes y mucho, hermano, ella está muy grande para que le controles la vida —espeta Evan; abro los ojos en demasía, llena de horror por lo que acaba de decir.

Enseguida lo rodeo dispuesta a hablarle de frente para acallarlo solo que Ethan, ¡joder! La expresión que tiene termina de romperme en pedazos.

Sonríe de vuelta con un aire nostálgico, le cuesta fingir así que aparta la vista a un costado, templando la mandíbula, notando como sus preciosos ojos se empañan, ¡maldita sea, soy una jodida estúpida!

—Está bien, me voy —se limita a decir, con la voz enronquecida en un murmullo que me sabe amargo. Cierra los ojos, se talla con el dedo pulgar e índice los párpados y dando media vuelta se va.

"¡Diablos, mujer, haz algo pero ya!"

Dándome un puño mental en la cara, corro hacia él.

—¡Ethan! —lo llamo, sin embargo no sé por qué la vida quiere que mande todo a la mierda; Evan me retiene, tomándome del brazo, haciendo que rápido me gire para encararlo dejando que la rabia, esa que me negaba a profesarle por ser bueno conmigo, se dispare.

Cuestión de Tiempo [Cuestiones II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora