Me hubiese gustado decir que las amenazas de Grace no habían surtido efecto, pero la verdad es que con Charlie habíamos pasado los dos últimos meses sumidos en una profunda angustia y preocupación, tratando de resolver un problema que parecía no tener solución.
—Si esto sale a la luz, te juro que no habrá salida —bufaba Truman exasperado, justo lo que ya sabía— Si a Clinton le hicieron un juicio político, a ti van a enviarte al patíbulo, no sin antes apedrearte en medio de cada una de las plazas públicas del país.
—Charlie, si hubiese sabido que Grace haría esto, te prometo que ni siquiera la hubiese mirado —Había dicho lo mismo probablemente un millón de veces, sentado en el Resolute como en ese momento y en cada lugar en el que habíamos tocado el tema. ¡Estaba desesperado! Y en el borde del abismo. Sin red de protección, por cierto.
—Tarde —bufó mirándome con todo el desdén que le fue posible— Demasiado tarde. El Lewinsky Gate parecerá un juego de niños al lado de esto —sentenció y supe que estaba perdido.
Cuando Charlie hablaba del Lewinsky Gate, se refería al escándalo político-sexual en el que se convirtió una relación sexual –o más precisamente una felación– entre Bill Clinton –que en ese momento, a sus cincuenta años, era el presidente número cuarenta y dos de Estados Unidos– y Mónica Lewinsky, una graduada del Lewis & Clark College, de veintidós años, que llegó como pasante a la Casa Blanca y que luego fue contratada en la oficina de asuntos legislativos.
Una relación entre ellos se hizo evidente para muchos en mil novecientos noventa y seis, al punto que ella fue trasladada a trabajar en el Pentágono, pero lo que ocurría no era un secreto. Linda Tripp, amiga y compañera de trabajo de Mónica en el Departamento de Defensa, conocía los detalles de primera fuente y aunque no es mi deber, ni mucho menos mi derecho, calificar la amistad de nadie, no sé qué clase de amiga grabaría las conversaciones telefónicas en las que le cuentan detalles "eróticos", pero ella sí lo hizo e incluso la persuadió de guardar los "regalos" que Clinton le había dado.
Como dato curioso, cabe mencionar que entre las cosas que Lewinsky guardó como todo un tesoro, había un vestido azul que tenía rastros de semen del presidente y aunque eso huele a conspiración o venganza de aquí a la China, el cuarenta y dos también debía asumir su responsabilidad. Cada uno sabe dónde, cómo y quién soltar la bragueta, ¿no?
"Que consejo más sabio" ironizó mi subconsciente y no pude más que darle la razón. Yo mismo estaba metido en el eventual escándalo del siglo por culpa de mi bragueta suelta.
Bueno, retomando la historia: Paralelamente, Bill Clinton lidiaba con otro "lio de faldas". Una acusación de acoso sexual lo tenía peleando en tribunales y ante eso, Lewinsky −en el afán de proteger su imagen, tal vez− firmó una declaración jurada en la que afirmaba solemnemente no tener o haber tenido ningún tipo de relación con el presidente.
Fue en ese momento cuando Linda Tripp decidió enviar las cintas que probaban todo lo contrario en la propia voz de su "amiga" a Kenneth Starr, un consejero independiente de la época, que ya investigaba a los Clinton –no solo a Bill, sino también a su esposa Hillary– por asuntos más bien ligados a la corrupción.
Aquellas grabaciones le otorgaron a Starr las evidencias del contacto físico entre Mónica y Clinton, lo que le resultó más que útil para ampliar la investigación a ella y acusarla de perjurio en el otro juicio.
En enero de mil novecientos noventa y ocho, toda la trama se volvió un escándalo de público conocimiento, que el presidente rápidamente salió a desmentir.
"(...) Quiero decir una cosa al pueblo americano. Quiero que me escuchen. Voy a decir esto de nuevo: Yo no tuve relaciones con esa mujer, la señorita Lewinsky" había dicho públicamente, con su esposa Hillary de pie incólume a su lado, e incluso yo, el presidente con menos experiencia e interés en la política, recordaba haber visto esa imagen en televisión. Para ella, todo lo que decían de su "flamante y honorable" marido, no era más que una conspiración opositora contra él y su familia. O al menos eso era lo que públicamente manifestaba.
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FIRST LADY - Trilogía Cómplices II [TERMINADA]
RomanceA un año de asumir la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica contra su voluntad, la vida de Carter McKellen es radicalmente diferente a la que tenía, pero también a la que quería. Mucho más juicioso, sereno, maduro e increíblemente apropi...