LA CALMA DESPUÉS DE LA TORMENTA

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— ¡Estoy tan orgulloso de tu hija, Debbie! —balbuceé aún algo adormilado por culpa de la anestesia, pero estaba perfectamente consciente de lo que Amelia había dicho en la declaración a la prensa que estaba viendo en la televisión que proporcionaba la cómoda habitación a la que me habían trasladado. Había salido del quirófano justo a tiempo para verla en su máximo esplendor— ¿No se cansa de ser tan hermosa?

—Estás divagando, querido. La anestesia te dio fuerte —Se rio divertida y pude ver en ella el gesto coqueto con que Amelia solía sonreír.

Mi chica lo había heredado de su madre.

—No es cierto. ¡Es tan linda!

Si hubiese podido verme en el espejo, seguramente tendría corazones dibujados en las pupilas –como los tienen las caricaturas cuando se enamoran– porque así me sentía, flotando en las nubes, enamorado hasta la médula.

—Estuvo increíblemente bien —intervino Paul, que estaba sentado en el sofá que estaba a un lado de la habitación junto a su mujer— Siempre ha dicho que hablar en público no es su fuerte, pero creo que para ser la primera vez, estuvo bien.

—Maravillosamente bien —corregí— Como todo lo que hace tu hija.

—Creo que lo que le dio fuerte no fue la anestesia, sino que el amor —ironizó Paul.

— ¿¡Cómo lo supo!? —pregunté de forma graciosa con la lengua algo trabada— Estoy total y completamente enamorado de tu hija, Paul. ¿Eso es un crimen?

—En absoluto, señor presidente. Siempre y cuando la cuide, no la haga sufrir y ella sea feliz, no hay ningún inconveniente. De lo contrario, me vería en la obligación de cometer un crimen federal y no queremos eso, ¿verdad?

—Noup. Aunque no sería la primera vez que un Edwards cometiera un crimen federal —confesé recordando el par de veces que Amelia lo había hecho— ¡Tu hija es toda una criminal! —bromeé y nos reímos de ello.

—Con permiso.

— ¡Rossie! —Extendí mi mano derecha en dirección a la puerta, por donde la señora Klein acababa de entrar— ¡Saliste en televisión!

— ¿Aún esta con efectos de la anestesia? —Se dirigió a mi encantador suegro mientras se acercaba a mí y tomaba mi mano con delicadeza.

— ¿Tan evidente es? —resoplé y entorné los ojos.

—Un poquito —rio.

— ¡Pues así me siento! Un poquito drogado, pero en perfecto estado.

—Que el Washington Post no se entere de que el presidente consume drogas —dijo Paul con sarcasmo.

— ¡Publica la exclusiva, Paul! —desafié entre risas— ¡Tengo autorización de mi médico!

Todo rieron de buena gana y a carcajadas y aunque yo no podía hacerlo con la misma intensidad, no me quedé ajeno a la alegría del momento.

Todo estaba relativamente bien. Mi hombro lacerado casi no contaba gracias a los analgésicos de amplio espectro que me habían suministrado –y no contaría mientras lo siguieran haciendo–, Amelia había superado su amnesia, al parecer gracias al shock que le había provocado toda la situación del "tiroteo" y me sentía más tranquilo y feliz de lo que había estado en mucho tiempo.

No, no haría el ejercicio simplista de asociar mi estado de plenitud al alto nivel de fármacos que tenía en mi sistema, porque relacionarlo a las cosas buenas que me habían pasado, me hacía sentir infinitamente mejor.

FIRST LADY - Trilogía Cómplices II [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora