LO QUE NO TE MATA, TE HACE MÁS FUERTE

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Estaba tan, pero tan ofuscada, que preferí alejarme del foco de la discusión y renunciar me pareció lo más adecuado. Unos cuantos días habían bastado para saber que no estaba hecha para el puesto.

¿¡Primera dama!? ¡Por favor! ¿¡A quién quería engañar!? Pasar al ala este estaba lejos de parecerse a servirle el café matutino al presidente y lo había confirmado de la peor manera.

Entré a mi pequeña oficina, a la que poco de mi le quedaba −ya que poco a poco habían trasladado mis cosas al despacho de la primera dama− y sintiéndome a salvo en ese reducido espacio, dejé que la frustración y la desesperanza que provocaba el fracaso, se asentaran en mi mente y comencé a redactar mi carta de renuncia en mi cabeza.

Ni siquiera sabía si para dejar de ser primera dama había que presentar una carta de renuncia propiamente tal, pero cuando me senté frente al ordenador, la idea de que tenía que disculparme con el gobernador Hoover, le ganó a mis intenciones de largarme de una buena vez y dejar de escuchar las críticas a cada cosa que hacía o no hacía.

Tenía la férrea convicción de que no había cometido ningún error con mis actos y que si a alguien le parecía lo contrario, podían tener la absoluta certeza de que mi intención jamás fue faltarle el respeto a nadie. Lo único que buscaba era ayudar a alguien que realmente lo necesitaba y a quien seguramente muchos obviaron. De no ser así, la salud del pequeño Donald jamás hubiese llegado hasta ese punto.

Eso fue precisamente lo que me tomé el tiempo de escribir en un correo electrónico y luego de disculparme, aun cuando manifesté que no creía realmente que tuviese que hacerlo, se lo envié directa y personalmente al mencionado gobernador.

— ¿Estás bien? —preguntó Kat entrando a mi oficina acompañada de Robert, en el momento en que me disponía a redactar al fin la renuncia.

—Si, bien —resoplé— Voy a escribir mi renuncia.

— ¿¡Qué!? ¡No puedes renunciar! —exclamó Robert sorprendido— ¿¡Vas a dejar que todos esos idiotas ganen en esto!?

—Robbie, es obvio que no estoy preparada para esto.

— ¡Estás más preparada que nadie para esto! —reclamó exasperado.

—Robert —murmuró Kat poniendo su mano sobre el hombro de mi amigo, que parecía haber perdido el control que Kat trataba de restablecer— Creo que estás demasiado involucrado con uno de esos idiotas que la critican, así que lo mejor es que me dejes esto a mí.

—Pero...

—Por favor —pidió con una tranquilidad que no le conocía y que logró transmitirme incluso a mi— ¿Nos das un minuto?

Rob me miró por un instante con la interrogante en el rostro y al parecer le molestó que no le pidiera quedarse, porque bufó enojado, se dio media vuelta y se marchó.

Amo a Robert como a pocas personas en mi vida, peor esta vez, Kat tenía razón. Mi mejor amigo estaba demasiado involucrado, además de ofuscado y eso no me sería de ayuda en esa situación.

—No vas a hacerme cambiar de opinión —Le advertí y ella sonrió.

—Puedes hacer lo que quieras —Alzó los hombros— Soy tu amiga y jamás te pediría que hicieras algo que no quieres.

— ¿Hablas en serio? —Tenía que confirmarlo porque no podía creer que se tomara mi eventual renuncia con tanta calma.

— ¡Claro! Ya encontraré un nuevo empleo —Otra vez alzó los hombros despreocupadamente.

— ¿Qué? —Fruncí el ceño automáticamente— ¿Por qué dices eso? Tienes un trabajo aquí.

—Amelia, vine aquí por ti. Si tu te vas, yo me voy contigo.

FIRST LADY - Trilogía Cómplices II [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora