POR PRIMERA VEZ LA PRIMERA

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La noticia de que Carter había conseguido uno de los grandes objetivos que se había propuesto al comenzar su mandato, se convirtió en el motor de mi buen humor aquel día.

Luego de haber aceptado la "grandiosa" idea de Charlie respecto a los invitados a la gala de conmemoración del cuatro de julio, necesitaba un buen aliciente para hacer frente al día, porque si la lista de asistentes confirmados había hecho de la jornada de Carter una permanente recepción de estos, mi día no se vislumbraba muy diferente.

Entretener a las esposas de los mandatarios era una responsabilidad que me correspondía, aunque de solo pensar en el grupete de señoras remilgadas, iconos del conservadurismo que ellas suponen del que debe ir acompañada la política, mi ímpetu se reducía considerablemente.

— ¡Vaya, vaya! —exclamó Robert entrando a mi habitación en el preciso instante en que terminaba de ponerme un traje que lo único que no tenía de masculino era el talle y el color— Si hace un mes me hubiesen dicho que sabrías perfectamente qué usar en un desayuno con otras quince primeras damas, no lo hubiese creído.

— ¿No será demasiado? —interrogué sin poder convencerme de que un rosa opaco y los pantalones hasta media pantorrilla, fuesen realmente adecuados. Aun era difícil confiar en mi recién estrenado sentido de la moda.

— ¡Para nada, cariño! ¡Me gusta! —Sonrió mientras acomodaba las solapas de mi chaqueta— ¿Qué zapatos piensas usar?

—No lo sé —Levanté los hombros, aunque él no me pudo ver, porque se metió sin demora al vestidor— Será un largo día, así que algo cómodo, supongo.

—Ah, no. Nada de eso —ironizó regresando con un par de stilettos plateados, de al menos ocho centímetros de tacón, entre sus manos— Vas a una reunión con crème de la crème, bombón. No es momento para estar cómoda. ¡Debes lucir espléndida!

—Temí que dijeras eso —bufé y se los quité para ponérmelos de una vez y no darle más vueltas al asunto. No discutiría con el "gran maestro" — Lo único que exijo es que cuando regrese a mi despacho, una vez terminado el desayuno, mis cómodas y suaves zapatillas de levantar estén esperando por mí.

—Dalo por hecho —Levantó una mano en el aire como si hiciera una promesa y yo no tardé en chocarla con la mía.

— ¡Perfecto! —guiñé un ojo— ¿Nos vamos?

—A su orden, señora —Se burló y emprendimos camino al gran comedor.

Desde el matrimonio de Rob, mis pasos en tacones se habían asentado a medida que transcurrían los días y poco a poco pude percatarme de como las miradas escrutadoras de la mayoría del personal, con las cuales me hacían sentir una extraña, fueron desapareciendo. Paulatinamente y casi sin esfuerzo, me fui apropiando de mis cambios, de mi propio cuerpo e incluso del lugar. En casi un mes, no solo me habían nombrado ama y señora de la Casa Blanca, sino que realmente me sentía como tal.

Cada vez era menos incómodo caminar con un grupo de personas siguiendo mis pasos, informándome pendientes y pidiendo que firmara documentos. A cada momento me sentía más en control y el dar órdenes de forma certera, directa y contundente sin sonar autoritaria, parecía ser un talento con el que había nacido, pero que no había tenido oportunidad de descubrir hasta que ser la primera mujer del país −luego de unos pequeños inconvenientes que logramos resolver− se me fue dando con tal naturalidad, que a momentos me asustaba.

Temía obsesionarme con el poder y dejar de ser simplemente yo, pero todo el miedo desaparecía cada noche, cuando los brazos de Carter me envolvían y me permitían volar, aunque siempre con los pies bien puestos en la tierra.

FIRST LADY - Trilogía Cómplices II [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora