GALLINA EN TACONES

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— ¡Esto es inconcebible! —bufaba Charlie mientras todos entrábamos al área residencial de la Casa Blanca.

¡Al fin estábamos de regreso!

Si ponía las cosas en una balanza, nuestro viaje relámpago a Nueva Orleans no había salido tan mal después de todo. Ya, Amelia había cometido un pequeño error de protocolo −en su defensa, totalmente involuntario− y aunque todos −partiendo por Charlie− estaban perdiendo la cabeza por ello, yo no tenía ni la más mínima intención de estresarme por algo tan insignificante.

—Lo siento. Es su primer día —bromeé cuando Amelia se volteó a ver a la chica, dejando a Hoover con la palabra en la boca y la mano extendida que yo me apresuré a estrechar— ¿Está todo preparado para enfrentar la eventual catástrofe? —pregunté sin darle mayor importancia a lo que acababa de ocurrir. Estaba tratando de hacer que la situación pasara lo más desapercibida posible.

—Sí —respondió luego de sacudir la cabeza para recomponerse del desaire— La FEMA ha hecho un trabajo brillante.

Yo sé que Hoover fue muy amable al no molestarse por la descortesía de la que Amelia lo había hecho víctima o al menos por no manifestar ningún tipo de enojo, porque si se molestó, la verdad es que lo disimuló bastante bien.

El gran problema que había en todo el asunto es que Harrison Hoover es uno de los íconos nacionales de los republicanos. No solo era gobernador, sino también un héroe condecorado del ejército de los Estados Unidos y eso le significaba ser prácticamente uno de esos estandartes que su partido no teme ni duda en levantar en lo más alto de cualquier carrera para un cargo de elección popular, aunque fuese para nominarlo como el guardia de seguridad del McDonalds de la esquina, cosa que por cierto no era.

Lo que si era: El principal contendor de mi padre, que luego de perder las elecciones presidenciales, regresó justo a donde su carrera comenzó −Lousiana− y por eso, el hecho de que Amelia no lo hubiese saludado −o mejor dicho, no le rindiera pleitesía, que es lo que todos suelen hacer cuando lo tienen cerca−, se convertía en noticia nacional.

Amelia Edwards, la recién llegada primera dama del joven e inexperto presidente demócrata, se negaba a saludar a uno de los más importantes bastiones de los republicanos. No se veía nada bien, ¿verdad? Y estaba seguro de que la prensa no se molestaría en contar la parte humana de la historia, porque hacerlo era dejar escapar la noticia polémica del mes.

—No es para tanto —dijo Rossie mientras caminábamos todos a paso raudo en dirección al Despacho Oval.

— ¿¡No es para tanto!? —escupió Charlie más furioso de lo que jamás lo había visto— ¡La prensa nos comerá vivos!

— ¡No seas dramático! —contratacó Amelia— Si la prensa va a comerse a alguien, es a mí. No a ustedes. Yo soy la estúpida novata que metió la pata.

—Lo hiciste por una razón —dijo Robert tratando de mediar en la situación— Pero Charlie también la tiene. La prensa está haciendo un festín con todo esto.

— ¡Claro que tengo razón! —bufó cuando nos detuvimos al llegar a la puerta de mi despacho— ¿¡Qué creían!? ¿¡Qué iban a dejarle pasar esto a Amelia simplemente por ser ella!? ¡Le hizo un desprecio al héroe canonizado de los republicanos! ¿¡Cómo pudiste ser tan estúpida!?

— ¡Charlie! —gritamos Meyer y yo al unísono, con un claro y contundente tono de advertencia. Una cosa era estar molesto por lo que había pasado, pero de ahí a llegar a los insultos, estábamos lejos de permitírselo.

—No se preocupen —intervino Amelia con desdén— Tendrá mi renuncia sobre el Resolute a primera hora, señor presidente —sentenció y se enfiló hacia su despacho.

FIRST LADY - Trilogía Cómplices II [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora