Diecinueve

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El Príncipe es... precioso.

Todos lo saben. Se nota en los murmullos que mis compañeros intercambian cuando él visita las barracas. Se nota en la expresión de asombro en el rostro de las mujeres que vienen a tomar el té. Se nota en la dedicación que las sirvientas le ofrecen. Se nota en el sonrojo de las muchachas que entrenan con él.

El ejercicio diario y su constante alimentación ha terminado por borrar hasta el último rastro de enfermedad; incluso su postura ha mejorado pues ya no se balancea con los hombros caídos. Durante días y semanas he sido testigo de su mejoría y me complace comprobar que su salud está mejor de lo que nunca ha estado. Es imposible no mirarlo cuando llega... y sin embargo...

Sin embargo, la diferencia entre el pasado y el hoy me resulta tan clara como si mirara el fondo de un estanque cristalino. Si me viera obligado a explicar las diferencias, si me forzaran bajo tortura a describir el cambio que el Príncipe ha sufrido en los últimos meses, diría... diría que es como si la primavera hubiera llegado tras un largo invierno.

La belleza que antaño fuera fría e intocable se ha convertido en una belleza capaz de arrebatar el aliento. Hoy me he quedado mudo al verlo... y es que me ha tomado desprevenido su repentina aparición con su traje de baile ofreciéndome una sonrisa tímida y mirándome con sus ojos honestos. Unos ojos enormes y brillantes que resaltan en esa delicada cara como dos monedas de oro.

Hoy el resto del mundo lo ha visto por fin. Han murmurado su nombre y los he escuchado guardar silencio al mirarlo de frente. Y así debe ser. El mundo tiene que conocerlo porque es una tragedia que alguien tan brillante se quede encerrado entre cuatro paredes consumiéndose por una enfermedad que tal vez no exista. 

Hanami: El Diario De Un GuardiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora