Treinta y Cuatro

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El Príncipe es encantador.

Mi resolución de ser profesional y distante se ha deshecho apenas he visto su cara. Yo sabía que me iba a ser imposible atenerme al protocolo imperial si lo veía directamente a los ojos así que he procurado no hacerlo, pero su recibimiento ha sido más cálido de lo que esperaba; apenas me dijo que extrañaba mi compañía no pude evitar mirarlo, y al ver que su sonrisa se apagaba como una lucecita en la oscuridad me he olvidado por completo de mis intenciones.

Imposible mantenerse frío en esa situación.

Me olvidado de mi propia amargura al haberme quedado atrás y le he preguntado por su estadía, creyendo ingenuamente que eso lo haría feliz. No ha sido así. Ha sonreído, sí, pero esa sonrisa no debería llamarse así. Es un gesto controlado que desborda tristeza y dolor por todas partes.

Así que le he preguntado si había algo que pudiera hacer para ayudar y su única petición ha sido que lo acompañara al jardín. Una petición simple que lo ha hecho sonreír de verdad. Una sonrisa radiante, la misma de siempre, que ha apartado las nubes de su rostro y lo ha hecho brillar.

Así que hemos ido al jardín donde el Príncipe se ha pasado horas contándome de las plantas que hay ahí. Ha sido una conversación extremadamente interesante y he tomado nota de todas las flores que le han gustado. Sé que le gustaría plantarlas en el jardín de la casa.

Quiero creer que seguirá siendo su casa, que volveremos ahí una vez que todo esto termine... Sé que es egoísta decirlo pero no me gusta que el Príncipe este en el palacio, en las dos ocasiones que lo ha visitado ha terminado sufriendo y la sonrisa que me ha dado hoy solo me confirma que hay algo que no me esta diciendo.

Cuando finalmente le he dicho al Príncipe que tenía planeado marcharme, su reacción ha vuelto a ser inesperada. Me ha preguntado si iba a ir solo, y de inmediato he asumido que estaba expresando una queja contra mí desempeño. He reaccionado como un estúpido dejando mis emociones al descubierto, pero en lugar de ofenderse el Príncipe me ha ofrecido consuelo.

Me ha dicho que el enviarme con mi maestro no es un castigo, sino la única forma que tiene de mantener bajo discreción la investigación sobre el envenenador. Después de todo soy el guardia de la casa en la que trabaja Toka, y resultaría menos sospechoso que fuera yo quien la busca. Además, es extremadamente inusual que Izuku y Aizawa pasen horas intentando localizar a una sirvienta.

Me avergüenzo de mis suposiciones, de creer que el Príncipe me castigaría sin decírmelo. No hay rencor en él, no me odia, me ha dejado en claro una y otra vez que se preocupa por mí... aunque no lo merezco. No soy digno de su estima.

Y sin embargo mi corazón se conmueve cuando sé que piensa en mí.

He jurado que volveré a su lado y lo haré. Sin importar lo que pase.

El Príncipe también ha intentado darme su cascabel, el que yo le regalé, pero yo he vuelto a prendérselo a la ropa; el cascabel cuidará de él mientras yo no esté. Se lo he dicho. Así que él me ha dado su pasador del pelo. Se lo ha quitado en un movimiento rápido y lo ha colocado en la manga de mi uniforme, el roce de sus dedos contra mi piel ha sido como tocar seda tibia.

Es imposible describir la imagen del Príncipe con su pelo suelto, sus ojos inmensos y su expresión candorosa. Ha sido mirarlo y enternecerme. Es demasiado precioso para mí.

El Príncipe ha dicho que volveremos a casa, lo ha dicho, así que debo marcharme, debo apresurarme pues entre más pronto me vaya más pronto volveré. Quiero volver a casa a oírlo leer. Quiero volver a oírlo decir mi nombre.

Hanami: El Diario De Un GuardiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora