Treinta y Seis

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Extraño mi cama.

Había olvidado lo incómodo que es dormir en el suelo duro a merced del viento frío, los bichos y el clima, como tengo el sueño ligero cada crujir de ramas me despierta. Los catres que rentamos en las posadas no son mejores, la mayoría están sucios y viejos, y los colchones se han vencido de tal forma que la base de madera se entierra en tus costillas. Si bien en mi infancia pasé muchos años durmiendo en el suelo, al unirme al Clan conocí lo que es dormir en un colchón de paja lejos del viento, y me temo que me he ablandado.

El único alivio que me queda es que mi entrenamiento me ha permitido funcionar con pocas horas de sueño, así que he conseguido mantener el ritmo pese a las continuas interrupciones nocturnas.

Izuku en cambio parece muy contento con la vida fuera del palacio, si bien nunca ha dado señales de sentirse incómodo haciendo vida en la corte, por sus expresiones y la forma como se desenvuelve es claro que prefiere la vida en la naturaleza, dormir y vivir al aire libre disfrutando del clima fresco o incluso de las noches frías.

Es ciertamente curioso verlo en su estado natural, y comparándolo con su aspecto sobrio y formal de antes, me doy cuenta que no está hecho para vivir en un solo lugar. Su hambre de aventura y acción es incontenible, basta oírlo hablar de sus experiencias en la Academia para entender que no soportaría vivir en la Ciudad como los demás.

"¿Y a ti?" me preguntó Izuku una noche mientras cenábamos "¿no te gustaría viajar?"

Le dije que lo había pensado en algún momento, había sido un deseo vago de mi infancia. Había soñado con sentarme en las playas de arena blanca de la Ciudad de Alerath, o incluso escalar la Montaña del Cielo para ver el mundo desde lo alto, todos los niños sueñan con eso. Así se lo dije.

"Pues hazlo" me dijo Izuku con su sonrisa confiada y su expresión amable. "¿Qué te detiene?"

"El Príncipe está enfermo"

"¿Y? Si de verdad quieres ir estoy seguro de que Denki te daría permiso. No parece ser la clase de persona que retenga a los suyos en contra de su voluntad"

Y no lo era, así se lo dije. No ahora al menos, aunque eso me lo guarde para mí. Sé que si le pidiera permiso para viajar el Príncipe me lo concedería. Estoy seguro de ello. Pero no puedo dejarlo, es mi deber no hacerlo.

O mejor dicho no quiero hacerlo.

No puedo negar que es agradable alejarse de esa casa que en algún momento llegó a sentirse como un ataúd, no puedo fingir que no es divertido estirar las piernas y disfrutar del paisaje cambiante, pero sería muchísimo mejor si el Príncipe estuviera aquí. Sin embargo, en cuanto esa idea cruza por mi mente me doy cuenta de que no podría permitir que el Príncipe durmiera al aire libre o en alguna de las muchas posadas en las que nos hospedamos. Ninguna de ellas está a su altura, él merece descansar en colchones de plumas, envuelto en sedas y telas preciosas.

Si la enfermedad del Príncipe lo permitiera iríamos al Palacio de Jade a ver el mar, dicen que es un espectáculo impresionante. Viajaríamos en un bonito carruaje desde el cual el Príncipe pueda apreciar la vista sin tener que sufrir el inclemente sol, y cuando quisiera dar una vuelta lo acompañaría con una bonita sombrilla de papel para que conociera las flores de la región. Yo me encargaría de encontrar los mejores establecimientos para hospedarnos, aquellos que sirvieran buena comida y un excelente té.

Sí, escogería solo lo mejor para él.


Hanami: El Diario De Un GuardiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora