Veintiocho

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El Príncipe está triste.

Y no sé por qué.

Se ha levantado con mucho ánimo y hemos ido al palacio para almorzar aunque no me han dejado pasar. He supuesto que el Emperador quería comer con su hijo en privado para discutir su castigo así que me quedado en el primer piso mientras el Príncipe ascendía hacia los salones en la segunda planta.

Me aparté del vestíbulo hasta un rincón privado desde el cual podía vigilar las escaleras sin llamar la atención, he esperado casi una hora hasta que finalmente vi al Emperador subir, cosa que me resulto extraña porque eso solo podía significar que el almuerzo aún no empezaba lo que me hizo suponer que aún tendría que esperar más tiempo, pero no fue así, poco después vi al Príncipe bajar por las escaleras a paso rápido.

Me acerqué y de inmediato noté su expresión, una mueca tensa de ojos abiertos y manos nerviosas; no había sonrisa solo una boca firme que se apretaba con resolución. Quise preguntarle qué había pasado, pero era obvio que el Príncipe quería marcharse a casa así que fui tras él y una vez que estuvo en el palanquín volvimos a toda velocidad. El viaje no mejoró el humor del Príncipe, al descender se llevo una mano a la cabeza como si intentara aliviar un malestar y antes de que pudiera preguntarle por los eventos en el palacio me envió a buscar a Toka.

Me tragué mis preguntas porque no quería importunarlo y porque supuse que necesitaba tiempo para ordenar sus ideas. Ahora me lo reprochó, pero en ese momento no quise convertirme en otra presión sobre sus hombros así que me marché a toda velocidad para cumplir con sus ordenes y tal vez aliviar un poco su miseria. Al volver me he encontrado con un cuadro extraño, en la sala de reuniones se encontraba mi maestro, Izuku, y el Segundo Príncipe, ellos conversaban –discutían– mientras el Príncipe permanecía inmóvil mirando a la nada. Una visión tan rara como alarmante porque desde que salió de la cama se ha esforzado por participar activamente en cada conversación, por ser atento y flexible.

Verlo así me parte el corazón.

Ha sido aún peor cuando Saya, la sirvienta, ha intentado llamar su atención tocándolo suavemente por el codo –he visto el toque, apenas un roce delicado y cortés–. El Príncipe ha reaccionado como si acabaran de abofetearlo, ha saltado en su lugar y se ha girado para mirar a la sirvienta con una expresión de terror que espero no volver a ver nunca. Me aseguraré de que no vuelva nunca.

No he sido el único que ha notado su sobresalto, todos en la mesa han comenzado a interrogarlo y, aunque a que me daba cuenta de la incomodidad del Príncipe, he guardado silencio porque también quiero saber la razón tras su angustia. En ese momento el Príncipe nos confesó algo. Una verdad que me sobresaltó porque nunca me había detenido a considerarla. Crecí sin padres, pero el Clan llenó ese hueco en mi vida, son mi familia y yo les debo lealtad; el Príncipe, en cambio, no tiene a nadie. De sus hermanos solo uno de ellos lo visita, de los Príncipes de su casa solo uno ha comenzado a tratar con él, su tío nunca viene, su madre no está... puedo entender su soledad al admitir en voz alta que su padre no lo quiere.

Sentí compasión por él –no fui el único–, pero antes de que cualquiera de nosotros pudiera decir algo el Príncipe huyo a su habitación y se encerró ahí, avergonzado por su reacción, me imagino. Esperaba que el resto de los invitados se marchara al decirles que el Príncipe se encontraba indispuesto, pero el único que se ha despedido es mi maestro que debía volver a los cuarteles, atrás se han quedado Izuku y el segundo Príncipe, quienes no se soportan. Temía que empezaran a discutir como suelen hacerlo cuando coinciden en el mismo lugar, pero no ha sido así, Izuku se ha marchado a la zona de los sirvientes, sin duda para interrogarlos, mientras el Segundo Príncipe se encerraba en la biblioteca.

Yo me he sentado frente a la habitación del Príncipe esperando a verlo salir, aún ahora sigo aquí aunque en el interior no se oye nada. Sé que tal vez debería estar con los invitados ofreciéndoles cortesías en lugar del Príncipe pues está es su casa y mi deber es asegurarme que en su ausencia todo se mantenga, pero no quiero moverme de aquí. Quiero que cuando el Príncipe salga me vea aquí, tal vez así comprenda que no está solo. Tal vez así entienda que incluso si no queda nadie, yo seguiré aquí.

[...]

Hanami: El Diario De Un GuardiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora