Veintidos

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[NA: Antes de iniciar con esta entrada te sugiero leer el Arco II de Hanami eso podría explicar más cosas]


El Príncipe no me habla.

Lo cierto es que no es algo nuevo, en el pasado podía pasar días o semanas sin que el Príncipe se dirigiera a mí, pero esta vez es diferente. Todo es diferente ahora y el silencio del Príncipe no duele de la misma forma que antes. Si antes era una puerta que me mantenía lejos ahora es un filo acerado que se incrusta en mi corazón.

Sin su risa o su conversación entrar en su habitación es internarse en la noche donde nada crece y el mundo no conoce el sol. La habitación misma parece vacía pese a que solo faltan unos cuantos muebles. Es como si alguien hubiera succionado el aire de este lugar y lo hubiera dejado vacío.

¿Qué puedo hacer? No dejo de repetirme esa pregunta mientras espero junto a la cama. Cada vez que me acerco para preguntarle si quiere comer, su respuesta es la misma; un silencio absoluto que nada ni nadie puede atravesar. A veces un murmullo ininteligible mientras la figura en la cama se encoge en sí misma.

Toka ha intentando apartar las cobijas solo para ser rechazada de forma contundente. Yo no me he atrevido a tocar la cama porque aun recuerdo su cara de dolor, la expresión desgarradora que me pedía marcharme. No puedo quitármela de la cabeza. No puedo borrar sus lágrimas de mi memoria. Cada una de ellas se sintió como una aguja afilada apuntando directamente a mi corazón. Me siento inútil, aun peor que antes porque no hay nada que yo pueda hacer para mejorarlo. Hace tan solo un par de días el Príncipe era feliz y en él vibraba la emoción del Festival. Solo dos días en los que había hecho planes para conocer el pueblo y recorrerlo. Y ahora... ahora no quiere salir.

Si esto pudiera solucionarse rezando, gastaría mis rodillas solo para conseguirlo.

Fue esa idea la que me hizo pensar en los kabura y en lo que representan. Son los dragones de la buena suerte, aquellos que conceden deseos y permitan que nuestro pueblo prospere. Tal vez ellos puedan aliviar la pena del Príncipe, así que he sacado uno de los divanes del cuarto, he llevado mantas, cobijas y cojines, y después, con muchísimo cuidado, me he acercado a la cama para intentar convencer al Príncipe de que salga a verlos porque he visto que le encanta leer los bestiarios ilustrados que hay en su biblioteca. Solo es una vez al año, le he dicho. Y funcionó.

Hemos salido fuera por primera vez en estos dos días a la terraza que nunca usa porque prefiere sentarse en su jardín a leer. He vuelto a llevarlo en brazos sin pedirle permiso, ligero y suave como nunca habría creído. Su cuerpo tibio y su pelo revuelto, una visión sorprendente que nadie más conoce.

Sentado en el diván, con las cobijas tibias a su alrededor, el rostro del Príncipe se ha suavizado al ver a los dragones del cielo, pero la tristeza late en él como un manto frío. Una tristeza que me oprime el corazón. Una tristeza que me hace desechar protocolos y etiqueta, por eso cuando me ha preguntado que desearía le he dicho la verdad.

Solo hay una cosa que puedo desear. Tener la fuerza para protegerlo, el poder de borrar sus lágrimas. Quiero ser el escudo que le impida al mundo hacerle daño, porque para eso fui educado, ¿no es así?

Entonces el Príncipe se ha levantado sobre sus pies heridos, ha alzado los brazos y creo que ha pedido un deseo. Lo he visto tomar aire con fuerza como si estuviera empujando su voluntad hacia el cielo. Después ha sonreído.

Ver su sonrisa tras todos esos días negros ha sido mirar el sol tras una noche oscura, un gesto brillante que me ha hecho sonreír de vuelta y suspirar de alivio. Pues la sonrisa del Príncipe es el único obsequio que necesito. 

Hanami: El Diario De Un GuardiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora