No todo es agonía

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Cuando salí con mi madre a comprar el vestido de novia observé en carteleras las fotografías en donde salíamos Nathan y yo. Ramírez tenía razón, mi cabello resaltaba, recuerdo que me preguntó si me lo había teñido y cuando dije que no todos se sorprendieron, incluso Nathan. La imagen mostraba a una pareja apasionada, nuestra mirada decía lo mucho que nos deseábamos, parecíamos la pareja perfecta.

De nuevo mis lágrimas empezaron a salir, últimamente he llorado por todo, observé el anillo que Nathan me dio, decidí conservarlo.

—Ya se te pasará hija, yo tampoco amaba a tu padre cuando me casé con él. Además Leonardo es muy guapo, no tanto como aquel modelo, pero valdrá para tener unos hijos preciosos.

La ignoré, me coloqué las gafas negras para ocultar mis ojos y entré a la tienda.

Mi cuerpo estaba ahí, pero mi alma estaba en otro lado. Mi madre continúo hablando sobre vestidos, zapatos, nietos, y bodas. Yo solo asentía cuando me preguntaba si me gustaba aquel vestido o aquellos zapatos. Daba igual lo que eligiera, si a ellos no les agradaba, no lo llevaba.

Me empecé a sentir cansada y mis tripas se contrajeron, me dirigí corriendo al baño y vomité lo poco que había desayunado. Mi madre había ido tras de mí y cuando salí se sorprendió.

—Por Dios, estas pálida. Vamos a un doctor, no quiero que estés así para el día de tu boda—sonreí con amargura, eso era lo único que le interesaba.

Cuando llegamos a donde el doctor, me examinó y a continuación le pidió a mi madre que saliera del consultorio.

—Muy bien, te encuentras en muy buen estado y el ser que llevas en tu vientre también, los mareos y vómitos serán sólo los primeros meses, luego se te pasará.

Mi cerebro procesaba todas las palabras que el doctor acababa de decirme ¿El ser que llevo en mi vientre? No puede estarme pasando esto a mí, coloqué una mano en mi vientre.

—Estoy…—no pude continuar.

—Sí, estas embarazada. Tienes dos semanas de embarazo. Algunas embarazadas comienzan a percibirlos muy pronto, dos o tres semanas después de la concepción aparecen, sobre todo, a primera hora de la mañana, al levantarse de la cama o durante el desayuno, y en algunos casos se prolongan todo el día.

—Doctor, le agradecería que no le diga a mi madre sobre esto, yo le daré la noticia.

—Está bien—entendió.

— ¿Podría recetarme alguna medicina que no afecte al bebé para que no sospeche?

—Te recetaré unas vitaminas—dijo escribiendo una nota en un papel—necesitas reposar.

—Gracias—sonreí.

Cuando salí del consultorio mi madre esperaba impaciente, arreglé mi chaqueta y seguí con mi camino.

— ¿Qué te dijo el doctor? —preguntó tras de mí.

—Nada, sólo es por el cansancio. Estoy débil y me mandó unas vitaminas.

—De seguro en ese lugar que estabas no te alimentabas bien.

Regresamos al coche y nos dirigimos a casa, otra vez viendo cómo las empleadas se volvían locas con lo de la boda, subí a mi habitación, me recosté en la cama y acaricié mi vientre.

Llevo en mi vientre un hijo de Nathan. Sonreí, no todo lo que me pasaba era tan malo. Me puse a pensar en  los nombres que le pondría cuando nazca, si fuera niño o niña.

Esperaré por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora