Capítulo 8

1.6K 183 9
                                    

 El despertador de Anisa sonó a las seis de la mañana. Se estrujó los ojos y se levantó de inmediato. Tenía un largo día por delante, laboraría en sus tres empleos. Evento que ocurría tres días a la semana: lunes, miércoles y viernes.

Odiaba los días como ese, no solo por lo temprano que debía levantarse, sino por la cantidad de energía física que necesitaba para desempeñar su labor. En primer lugar, se presentaría en su empleo de limpieza a domicilio, al cual, demoraba más de una hora en llegar, quedaba en el otro lado de la ciudad. Allí laboraba de ocho de la mañana a una de la tarde; posteriormente, de dos a siete de la tarde, cubriría un turno en el café de Menchú. Aunque en el último tiempo, no percibiera un salario en el café, le venían bien las propinas que recibía de los clientes, la amiga de su madre pasaba por un mal momento y no la podía dejar sola. Por último trabajaba en el bar, aproximadamente hasta las dos de la mañana.

Cada día que pasaba, se sentía más agotada, pero no podía permitirse el renunciar a ninguno de sus empleos, necesitaba hasta el último centavo, para subsistir y mantener a su familia.

Antes de marcharse sacó a Tequila a hacer sus necesidades. A pesar de contar con el apoyo de su amiga Triny, que era su vecina, y le ayudaba a pasearla a cuando llegaba de su trabajo, a ella le gustaba proporcionarle a la perrita el primer paseo del día.

Cuando llegó al piso, ubicado en el noroeste de la ciudad, se dispuso a comenzar su trabajo de manera inmediata, no podía darse el lujo de perder ni un minuto de su tiempo.

Se trataba del mismo piso que había limpiado semanas atrás, el de la decoración en blanco y negro, el palacio de hielo. Se sorprendió al ver que todo se encontraba en orden, como si nadie ocupara aquel lugar, cosa que en ese momento agradeció, sería una limpieza rápida y sin mucho esfuerzo, apenas había logrado dormir unas cuatro horas y no se sentía muy bien.

Cuando llegó a la habitación principal, se dispuso a asear el vestidor, y observó con detenimiento las pertenencias del dueño. Sin poder evitarlo, una imagen se coló en su mente. Esas prendas de vestir la hicieron recordar a Álvaro, eran muy similares a las que acostumbraba a usar.

—El príncipe oscuro no es el único ser gris de este mundo —murmuró.

Cuando terminó de asear el resto del lugar, salió a toda prisa a su segundo empleo. Aún tenía mucho por hacer.

Cerca de las cinco de la tarde, se encontraba cumpliendo su jornada en el café, cuando alguien llamó su atención. Allí estaba la castaña que había acompañado a Álvaro el día en que le dio la bofetada. Debía atenderla, pero se sentía apenada. ¿Y si era su novia y estaba allí para reclamarle? Con duda, caminó hacia donde la joven se encontraba y musitó:

—Buenas tardes, ¿Desea ordenar algo?

La joven alzó la mirada hacia ella y esbozó una sonrisa antes de responder.

—Pero si aquí está la abofeteadora de gilipollas.

Anisa se tensó. Al parecer sus peores sospechas eran ciertas, esa mujer había ido a reclamarle, y no tenía ánimos para peleas, ni discusiones. Lo mejor sería tomar la delantera y disculparse.

—Señorita, con respecto a eso, quisiera disculparme por lo que pasó ese día. Es solo que su novio me sacó de mis casillas y yo...

—¿Mi novio? ¿Quién te ha dicho que es mi novio? —la joven frunció el ceño.

—Yo... yo solo lo supuse —titubeó.

—Supones mal. No es mi novio, es mi hermano, y que conste que estoy de tu lado. Se merecía lo que le hiciste.

Más que Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora