Capítulo 30

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Álvaro llegó a la discoteca y de inmediato buscó con la mirada a su morena. Estaba desesperado por verla, por tenerla entre sus brazos y así olvidar el momento incómodo, que vivió minutos atrás.

Seguía cabreado. Las últimas palabras de Cristina aún resonaban en su mente, ¿qué quiso decir con eso de que la estaba subestimando? Seguramente se traía algo entre manos y lo peor de todo era que Julia estaba de acuerdo con lo que sea que estuviese planeando. Definitivamente su madre había perdido los estribos. Aún no podía creer que fuese capaz de armar todo ese show, solo para que él y Cristina coincidieran, para tratar de emparejarlo con esa mujer que no toleraba de ninguna manera.

Y pensar que por un momento había sido tan ingenuo que había creído en su palabra. Pensó que realmente estaba arrepentida y que aceptaba el hecho de que estuviese saliendo con una persona fuera de su círculo social. Pero no era así, Julia seguía manteniendo esos prejuicios del siglo pasado y había armado todo un plan para hacerle ver que la joven Santaella era un mejor partido para él. Dejaría pasar unos días y hablaría nuevamente con ella, hablaría las veces necesarias hasta hacerla entender que no debía inmiscuirse en su vida. Afortunadamente, él no se dejaba persuadir de esa manera. Adoraba y respetaba a su madre, pero, ni ella ni nadie, tenía el derecho de imponer para su vida algo que no quería.

Si supiera su madre, que con todo lo que estaba haciendo, lograba un efecto totalmente opuesto. Ahora más que nunca, estaba seguro de lo que sentía por Anisa. Con su dulzura, espontaneidad y transparencia, había calado hasta sus huesos. Hasta el punto que no imaginaba un futuro sin ella a su lado. Ciertamente, aún no se animaba a decírselo, a decirle que la amaba, pero esperaba el momento justo para hacerlo. Tomaría el consejo que le dio su buena amiga Lucia y le confesaría a su chica que estaba enamorado de ella.

Al contemplar esa idea, pensó que quizás lo haría al final de la noche, una vez que estuvieran en casa, acurrucados en su cama. No tenía sentido seguir postergándolo, sus sentimientos hacia ella no cambiarían. Inspeccionó el lugar, ansioso por encontrarla y cuando por fin la vislumbró, sintió como una furia le recorría su interior.

Anisa estaba en la pista de baile, rodeada por lo brazos del idiota de Federico. Ella le había confesado que ellos tuvieron algo que ver, y aunque sabía que ese chico no le interesaba a ella en absoluto, no pudo contener sus celos y sin pensarlo se dirigió donde se encontraban. Sin sutileza, la tomó de la mano y la arrebató de los brazos de él.

Anisa volteó molesta al sentir el tirón, sin pensar, que quien la había apartado de esa manera tan brusca, era su príncipe y este traía un genio de pocos amigos.

—Amor —lo saludó algo desconcertada. La expresión de su rostro era de enojo ¿Por qué estaba así?

—¿Qué haces con este tipo? —murmuró en su oído ignorando su saludo.

—Fede, disculpa, vuelvo en un momento —expresó con una sonrisa que no llegó a sus ojos, estaba consternada y a su vez apenada, por la reacción de Álvaro. Federico asintió y ella tomó a Álvaro de la mano y se encaminó a un sitio menos concurrido. Una vez encontrado el lugar perfecto para hablar, preguntó—: ¿Príncipe, qué demonios te pasa?

—¿Que hacías con ese idiota?

—No es ningún idiota —lo defendió, cosa que hizo que Álvaro enfureciera aún más, si eso era posible—. Es mi amigo Federico, ya lo conoces —respondió aún sorprendida por su actitud.

—Sí, lo recuerdo. Y creo que era más que tu amigo, "era tu follamigo", con quien te acostabas antes de que comenzaras a salir conmigo —espetó.

Anisa sintió como si le hubiesen dado un bofetada. No esperaba que unas palabras tan despectivas como esas, pudieran salir de la boca de su chico. De haber sabido que podría reaccionar de esa manera, le habría ocultado la relación que mantuvo con aquel joven, pero lo hizo, porque no veía bien ocultar ese tipo de cosas, mucho menos, cuando no había ningún sentimiento de por medio. Porque para ella, lo que tuvo con Federico no fue más que sexo. Escuchar a Álvaro, soltar aquella frase, pese a que ella ni ocultó su pasado, ni estaba haciendo algo malo, la hizo sentir como una cualquiera, como una mujer que andaba de cama en cama.

Más que Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora