Álvaro apareció por el bar, con un genio de los mil demonios. Estaba más agotado que nunca, la noche anterior no había podido pegar un ojo. Después de haber dejado a Cristina en su casa, tuvo la intención de ir al Molino Rojo, deseaba ver a Anisa, pero, al percatarse de la hora desistió de la idea.
Llegó a su casa, se sirvió un trago y se sentó en su amplio sofá. De inmediato, comenzó a meditar sobre lo ocurrido en la gala con aquella camarera. Por primera vez se sentía realmente arrepentido por los malos ratos que le hizo pasar a Anisa, en las ocasiones que derramó bebidas sobre él. Había sido un imbécil, la había humillado y maltratado verbalmente, y ni ella, ni nadie, merecían ese trato. Eran personas, que al igual que él se ganaban la vida de una manera honrada y sin dañar a nadie.
Un par de horas después, daba vueltas en su cama. Las imágenes de la morena lo invadieron una y otra vez, impidiéndole que conciliara el sueño. ¿Qué le estaba pasando?, ¿por qué no podía sacarla de sus pensamientos?, ¿por qué no podía borrar la intensidad de sus besos y lo que le había hecho sentir? Nunca, en sus treinta y cuatro años, había sentido algo similar por una mujer. Ni en sus años de juventud se había encaprichado tanto con una fémina. ¿Qué tenía ella de diferente?
«Lo tiene todo», pensó.
Sentado en su oficina, revisaba los contratos y las anotaciones que le había dejado Óscar sobre el escritorio, ese día su amigo tuvo que retirarse temprano, debido a unos compromisos laborales con el Grupo Bilbao, en Madrid. Esta vez, había sido el turno de Óscar, de ir a evaluar unas posibles inversiones en aquella ciudad. Luego de verificar, que como siempre, las correcciones que su amigo le había hecho a aquellos contratos, eran las correctas, se dispuso a ir a la barra. Necesitaba un trago, o mejor dicho, necesitaba ver a Anisa. El observarla en la distancia lo reconfortaba y de alguna manera le daba la paz y tranquilidad que en ese momento tanto precisaba.
Al verla, pensó que ese día se veía más radiante que nunca. Claro que aún mantenía el tono púrpura alrededor de sus ojos, signos de cansancio, pero la sonrisa que tenía dibujada en su rostro eclipsaba por completo cualquier detalle que pudiera tener. No entendía como alguien que viviera en sus condiciones, y con trabajos tan demandantes físicamente, pudiera estar siempre de buen humor y sonriente.
En un momento que ella se acercó a la barra por unas bebidas, aprovechó de llegar hasta ella y saludarla.
—Buenas noches señorita Tadele —dijo en tono formal, no quería ahuyentarla.
—Buenas noches señor —respondió sorprendida por su acercamiento.
—La noche está bastante movida ¿Verdad?
Álvaro se reprendió mentalmente, qué pregunta más estúpida acababa de hacer, era el equivalente a preguntar por el clima. ¿Qué demonios le pasaba? Era su jefe, su superior y se estaba comportando como un crío de dieciocho años. Estaba nervioso y no podía ocultarlo.
—Sí, supongo —se encogió de hombros—. La música y el ambiente del lugar son muy buenos y por eso es que viene tanta gente.
—Y más cuando la música es tan bailable como la de esta noche —agregó— ¿Le gusta bailar?
Otra pregunta estúpida e infantil. Pero, realmente quería conocerla mejor y ese era el objetivo de ese tipo de preguntas triviales. Además, si algo disfrutaba, era bailar. Por un segundo se imaginó danzando con ella y de inmediato su cuerpo reaccionó con una evidente erección.
—Me encanta —respondió—. Es mi segunda manera favorita de liberar tensión.
¿Segunda? ¿Cuál era la primera? Intrigado, preguntó:
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Más que Blanco y Negro
RomanceAlvaro Avellaneda es un exitoso empresario, que en su afán de ser reconocido por su trabajo y no por el apellido de su padre, ha olvidado la importancia del amor y de disfrutar de la vida. Para él todo se basa en cumplir las reglas, hasta que, por...