Capítulo 34

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Como era de esperarse, la operación de Abel fue todo un éxito. Anisa con lágrimas en los ojos, agradeció a Salvador por haber tenido aquel maravilloso gesto. El que, el mejor cirujano cardiovascular de toda España, operará a su padre, no lo imaginó jamás. Sin duda, su suegro era un gran hombre. Sin pensárselo dos veces, le había tendido la mano y había salvado a su padre. Claro que nada de eso hubiera sido posible sin la intervención de su príncipe. Álvaro también le había demostrado no solo que la amaba, sino que haría lo que fuera por ella. Seguramente no le fue fácil alzar la bocina para pedirle ayuda a su padre, pero por ella, había sido capaz de doblegar su orgullo.

Abel había sido instalado en una habitación tan amplia y cómoda como la de ella, estaba en el mismo pasillo, una al lado de la otra. Ella, Ayana y su madre se encontraban recostadas sobre un cómodo sofá que había en la habitación, estaban exhaustas después de todas las emociones vividas. A pesar de tener a disposición una habitación solo para ella, y así poder descansar cómodamente, prefería estar allí con su familia, no quería separarse ni un instante. Aún no podía creer que todo había terminado, que la operación de su padre fue todo un éxito y que de ahora en adelante solo debían concentrarse en su recuperación. Pronto todo volvería a la normalidad.

La puerta de la habitación se abrió y tras ella aparecieron los imponentes hombres Avellaneda. No se podía negar que el porte y la elegancia que tenía Álvaro la había heredado de su padre. Álvaro, de inmediato, se colocó al lado de su morena, mientras Salvador pasó frente a ellas y se dirigió hasta la cama donde se encontraba Abel profundamente dormido, los analgésicos lo mantenían de esa manera.

—Vine a dar un último vistazo a mi paciente antes de irme —comentó Salvador mientras observaba la pequeña incisión que le habían hecho en el pecho a Abel para reparar la arteria, verificó sus signos vitales y cuando estuvo conforme con todo, se acercó a su nuera para despedirse.

Tanto Manuela, Ayana y Anisa se pusieron de pie. Esta última con ayuda de Álvaro, no podía afincar su pie izquierdo debido al esguince que tenía. Su chico preferiría que estuviera recostada en su habitación, pero ella era tan cabezota que no había manera de hacerla cambiar de opinión. No quería separarse de su padre, y él no era quien para reprochárselo, de estar en su situación, haría exactamente lo mismo.

—Abel es todo un guerrero, estoy seguro de que se recuperará rápidamente. He dejado indicaciones al médico tratante y de haber cualquier novedad me notificara de inmediato. De seguir todo así —continuó—, deberían de estarle dando el alta más tardar mañana en la tarde —pudo ver la emoción en los ojos de su nuera tras esbozar aquellas palabras, sin duda quería llevarse a su padre a casa, donde seguramente con el cariño y atenciones de sus mujeres se recuperaría cuanto antes —. Hemos coordinado con una enfermera —agregó señalando a su hijo —, para que se traslade con ustedes y se encargue de sus atenciones.

—Pero, nosotras no tenemos cómo costear algo así —musitó Anisa.

—Amor, no te preocupes por eso, yo me encargo.

—No es necesario, entre nosotras tres nos arreglamos para atender a mi marido —intervino Manuela. Consideraba aquello un abuso a la buena voluntad de su yerno y consuegro. Ya habían hecho suficiente al hacerse cargo de los gastos médicos de su hija y esposo.

—Mi madre tiene razón —exclamó la morena.

—Eso es algo que no está en discusión —sentenció Álvaro—. Tú no estás en condiciones de atender a tu padre, tienes un tobillo afectado y debes permanecer en reposo hasta que estés recuperada por completo, Ayana trabaja y estudia, y no queremos que deje de lado sus actividades, ¿cierto? De igual manera, no podemos recargar a tu madre de tareas.

Más que Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora