Una semana después, Álvaro estaba de regreso en Valencia. La negociación con los italianos había sido un dolor de cabeza, por lo que tuvo que extender su estadía por siete días más. Lo primero que hizo, al pisar suelo Valenciano, fue dirigirse al bar, necesitaba saber que estaba pasando entre Óscar y Anisa.
Al llegar, fue directo a su oficina, cuando entró no pudo evitar recordar lo que ocurrió la última vez que estuvo allí. Dirigió su mirada hacia el sofá donde la había hecho suya, cerró los ojos en inhaló tratando de aspirar aquel dulce aroma a chocolate. Lamentándolo mucho, ya no quedaba nada de él. Se reprendió a sí mismo por seguir anhelando a aquella mujer, pero, hacía mucho tiempo que nadie lo llenaba sexualmente, ella lo había hecho vibrar de tal manera que no pensaba en otra cosa que repetir esa experiencia.
Tomó su teléfono y llamó a Óscar, obligándose a dejar esos pensamientos de lado, pero este no contestó la llamada, cosa que le molestó. Se suponía que a esa hora ya debería de estar en el bar, verificando que todo estuviese en orden. Se calmó un poco al pensar que quizás aún se encontraba en el hotel, después de todo, esos últimos días las cosas habían estado bastante complicadas por aquel lugar. Salió de la oficina, en busca del supervisor de turno, para solicitarle un reporte sobre las novedades de los últimos días, cuando se topó con la dueña de sus pensamientos.
La observó desde lejos, parecía concentrada en la tarea que desarrollaba, al parecer estaba inventariando los licores. Miró como el nuevo uniforme se adhería a su cuerpo, resaltando cada una de sus curvas. Óscar tenía razón, la figura de Anisa resaltaba delante del resto de las empleadas. El elegir esos uniformes había sido una mala decisión, con ello estaba logrando lo opuesto a lo que quería reflejar a su clientela. Quizás debería hacer la solicitud de unos uniformes menos llamativos. Aunque a ella todo le quedaba bien, haciendo imposible que no llamara la atención.
—Hasta envuelta en una bolsa de basura se vería sensual —murmuró.
Se acercó a ella, con la intención de saludarla, quería saber cómo estaba, cómo iba su alimentación. A quien engañaba, necesitaba sentirla cerca.
—Buenas noches —dijo con voz ronca.
El escuchar esa voz tan próxima a su cuerpo, provocó que Anisa se asustara. Inmediatamente, sus piernas flaquearon y perdieron el equilibrio, cayendo directo en los brazos del príncipe oscuro. Quien aprovechó el momento para inhalar el aroma que tanto había añorado.
—Hola torpona —susurró en su oído—, ya veo que las cosas no han cambiado por aquí.
Anisa en un intento por ocultar el manojo de nervios que era, se terminó de poner de pie y alisó su falda. Ignorando el apelativo que él había usado para saludarla, de la manera más seca que pudo, le respondió el saludo.
—Buenas noches señor Avellaneda. Si me disculpa, debo llevar estos licores hasta la barra.
—Permíteme ayudarte —ofreció.
—No es necesario, puedo sola —dio media vuelta y caminó en dirección a la barra. Sabía que lo que había pasado entre ellos fue algo sin importancia, pero, no por eso caería rendida a sus pies y aceptaría su ayuda solo porque la saludara de manera afectuosa.
Álvaro se sintió un poco defraudado al ver la manera fría en que ella lo saludó. Una de las cosas que más había echado de menos, era el verla sonreír. Incluso intentó alargar el momento junto a ella al ofrecerle ayuda, quizás así lograría sacarle una sonrisa, pero su táctica no funcionó. ¿A dónde había quedado la chica dulce y risueña? A pesar de que siempre mantenían una distancia durante la jornada laboral, ella siempre lo saludaba con su particular sonrisa. Disimuló el desplante que acababa de recibir al saludar a otros empleados que estaban presentes y se dirigió a donde se encontraba el supervisor.
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Más que Blanco y Negro
RomantizmAlvaro Avellaneda es un exitoso empresario, que en su afán de ser reconocido por su trabajo y no por el apellido de su padre, ha olvidado la importancia del amor y de disfrutar de la vida. Para él todo se basa en cumplir las reglas, hasta que, por...