El camino de regreso al departamento de Anisa fue bastante silencioso. Ninguno de los dos se atrevía a emitir palabra sobre lo ocurrido en la breve reunión familiar. Álvaro estudiaba a detalle el semblante de la morena, pero ella se mantenía taciturna.
Bajó del auto y se apresuró para abrirle la puerta. Lo hizo y posteriormente tomó la comida que habían pedido para llevar y se encaminaron al edificio. Entraron al departamento y un extraño olor les inundó las fosas nasales. Álvaro observó con detenimiento el lugar y al ver que en el piso había algo que parecía vómito, se alarmó, y comenzó a buscar con la mirada a la perrita.
Nerviosa y temiendo lo peor, Anisa comenzó a remover sus cosas, en busca de la peludita. No se perdonaría si le pasaba algo. Debió llevarla al veterinario en lo que notó que estaba desanimada.
Álvaro dejó la comida sobre la mesa y se unió en la búsqueda.
—Está aquí —exclamó la dueña.
La pequeña se había refugiado nuevamente debajo de la cama. Él se agachó para sacarla de allí y la encontró temblorosa, acurrucada contra la pared. La sacó de allí y musitó:
—La llevaremos al veterinario.
Anisa hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Seguramente está indigestada. Le prepararé una manzanilla.
—Puede que solo esté indigestada, pero es mejor que la vea un médico, se nota que ha vomitado varias veces y puede estar deshidratada. Así que la llevaremos al veterinario —sentenció Álvaro.
Anisa sabía que él tenía toda la razón, y que lo mejor era llevarla con un especialista, pero no tenía los recursos para pagar una consulta y mucho menos las medicinas que le fuesen a recetar. Así que dejó a un lado su orgullo y confesó la verdadera razón por la que se oponía a llevarla al veterinario.
—Tienes toda la razón, pero en estos momentos no tengo cómo pagar una consulta veterinaria.
—Por eso no te preocupes, yo cubriré los gastos.
—De ninguna manera —le avergonzaba que alguien más tuviese que cubrir unos gastos que le competían a ella.
—Torpona, no seas orgullosa. Mira lo débil que está —dijo mostrándole a la temblorosa Tequila que tenía en brazos.
Ver a su perrita así de indefensa le hizo cambiar de opinión.
—De acuerdo, pero con una condición.
—Anisa no tenemos tiempo para condiciones —soltó, pero al ver la mirada desafiante que tenía ella, supo que debía escucharla y acatar la condición que le impusiera—. Está bien. Dime cual es la condición.
—A mí me gusta tener siempre las cuentas claras, así que, el dinero que gastes en la clínica veterinaria, será descontado de mi salario en el bar. ¿De acuerdo?
No estaba para nada de acuerdo con esa absurda condición, pero conociendo lo terca que podía llegar a ser, le siguió la corriente. Ya después le aclararía que no le sería descontado ni un solo centavo.
Llegaron a la clínica veterinaria y de inmediato atendieron a Tequila. Afortunadamente, era una simple indigestión. Se encontraba un poco deshidratada por la cantidad de veces que había vomitado, y por ello decidieron dejarla unas horas en observación, mientras le daban un medicamento para detener los vómitos y le aplicaban un suero hidratante. Al parecer en su paseo matutino por el parque, había ingerido algún desperdicio y eso le sentó mal. De igual manera, el doctor le recetó una dieta ligera y vitaminas. Debían de estar muy atentos en los próximos días, en caso de una posible recaída.
ESTÁS LEYENDO
Más que Blanco y Negro
RomanceAlvaro Avellaneda es un exitoso empresario, que en su afán de ser reconocido por su trabajo y no por el apellido de su padre, ha olvidado la importancia del amor y de disfrutar de la vida. Para él todo se basa en cumplir las reglas, hasta que, por...