La luz del día iluminó sus cuerpos desnudos y entrelazados. Anisa fue la primera en abrir los ojos y percatarse que había amanecido. Envuelta en los brazos de su príncipe oscuro, sonrió al recordar lo ocurrido durante la noche. Aquel encuentro sexual había superado con creces el primero. Álvaro era un Dios del sexo, que sabía dónde y cómo tocar para satisfacerla y llevarla al mismísimo cielo.
Como pudo, se zafó de su agarre. Necesitaba saber la hora, su turno en la cafetería comenzaría a las diez de la mañana y temía que estuviese sobre la hora. Desde que había perdido su empleo de limpieza, entraba un poco más temprano al café, de esa manera podía conseguir más propinas. Suspiró con alivio al ver que eran las ocho de la mañana, no obstante, al viajar en transporte público, apenas tenía el tiempo justo para ir a su casa por un cambio de ropa y sacar a Tequila a hacer sus necesidades antes de irse a trabajar.
Fue al baño y se lavó los dientes, por suerte, en aquel hotel habían colocado un par de ellos, acompañados de jabón y toallas limpias. Al salir, le dio un vistazo al suelo, en busca de su vestido y sus bragas. El primero que ubicó fue al vestido, el cual se encontraba muy cerca de la puerta, lo tomó y se lo colocó de una vez. Posteriormente continúo buscando por varios segundos, hasta que visualizó sus bragas prácticamente debajo de la cama, no podía irse sin ellas. Con cuidado de no hacer ruido, se agachó y estiró el brazo para agarrarlas, sin darse cuenta de lo cerca que estaba del borde de ésta, por lo que terminó dándose un fuerte golpe en la cabeza.
—¡Mierda! —exclamó.
Con el movimiento de la cama, y el grito ahogado que dio por el golpe, Álvaro se despertó y al ver lo que ella pretendía hacer, preguntó:
—Torpona, ¿me quieres explicar qué demonios estás haciendo?
—Debo marcharme, entró a trabajar a las diez.
Álvaro dio un vistazo sobre la mesa de noche, donde había dejado su reloj y al ver que faltaba más de hora y media para eso musitó:
—Tranquila, yo te llevaré.
—No es necesario, yo...
—He dicho que te llevo yo —la interrumpió. Se puso de pie, se colocó el bóxer que había dejado al pie de la cama, para ocultar su erección matutina y se acercó a ella. Cuando la tuvo de frente, levantó con un dedo su mejilla y con cuidado la acarició—. Ahora dime, ¿qué te gustaría desayunar?
—Yo... no tengo hambre —balbuceó. A pesar de que él había tapado su desnudez con el bóxer, podía apreciar a través de la tela, su erección matutina. Eso aunado al sentir su cálida mano haciendo contacto con su piel, había provocado que un escalofrío le recorriera su espina dorsal.
—De ninguna manera saldremos de aquí sin antes desayunar. No he olvidado que tienes anemia y debes alimentarte bien. Así que dime que te apetece desayunar.
La noche había sido muy movida y en ningún momento la vio alimentándose. Por lo poco que la conocía, sabía que apenas llegara a su casa sacaría su perrita a pasear, y luego se olvidaría de sus necesidades, y para cuando se diera cuenta ya sería demasiado tarde. Además así aseguraba pasar más tiempo con ella.
—Un desayuno americano estaría bien —dijo mirándolo a los ojos.
Aquello no era una buena idea, no sabía si podría contenerse, él estaba allí frente a ella, prácticamente como dios lo trajo al mundo, tentándola con su musculoso cuerpo y no sabía si él sería capaz de repetir una vez más.
—Perfecto —caminó hacia donde estaba el teléfono de la habitación y llamó al servicio — listo, en unos minutos traerán el desayuno, —dijo después de colgar—. Después te llevaré a tu casa para que te cambies de ropa y de allí te llevaré al café, ¿de acuerdo?
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Más que Blanco y Negro
RomantikAlvaro Avellaneda es un exitoso empresario, que en su afán de ser reconocido por su trabajo y no por el apellido de su padre, ha olvidado la importancia del amor y de disfrutar de la vida. Para él todo se basa en cumplir las reglas, hasta que, por...