Anisa sonreía, cantaba y bailaba con sus amigos, sin percatarse de un par de ojos que la seguían desde el fondo del lugar. Al llegar, habían hecho un pequeño brindis en honor a su amiga, y seguido a eso, se fueron a la pista de baile. El grupo era bastante grande y estaban más animados que nunca.
Minutos más tarde, hizo acto de presencia Federico, que como era de esperarse, se emocionó al verla y desde ese momento no se había apartado de ella. La morena dio un vistazo a su alrededor, en busca de Lucas, pero este, al conseguir con quien pasar la noche, se esfumó, dejándola desamparada.
«Menos mal que vendría a mi rescate. Mal amigo», pensó mientras evadía la mirada insistente de Federico.
—Nos lo estamos pasando bien, ¿verdad?, como en los viejos tiempos —dijo el joven, con la intención de profundizar la conversación y así poder tocar el tema que tanto anhelaba.
Con incomodidad, Anisa asintió y le sonrió. No quería permanecer mucho tiempo a solas con él, quería evitar que tocara el tema de su relación. Por loco que pareciera, no dejaba de pensar en Álvaro. Esa tarde, cuando llegó a su oficina y lo vio, tan imponente como siempre, sintió el impulso de abalanzarse sobre él y besarlo. Durante su corta estadía en Elche, lo había echado de menos. Estaba acostumbrada a verlo deambular por el bar. Así no hablaran, para ella era suficiente con verlo allí.
—Voy al baño —se levantó y lo dejó allí sentado. Necesitaba poner distancia, no se sentía para nada cómoda con él. Quizás porque en su mente no dejaba de aparecer la imagen del príncipe oscuro.
Después de entrar en el baño, se miró al espejo, se retocó el brillo de labios, y se dijo a sí misma que debía reprimir esas ganas que tenía de estar nuevamente en sus brazos. Él mismo le había asegurado que no repetía, por eso, lo más sensato, era enfocarse en su acompañante de esa noche y dejar a un lado aquel estúpido sentir.
Se encaminó hacia la mesa que tenían reservada esa noche y su teléfono celular vibró. Al ver de quien se trataba, sonrió y procedió a responderle. Iba tan entretenida respondiendo aquel mensaje, que no se percató de que alguien se atravesaba en su camino y terminó dándose de bruces contra su tórax. Era un torso firme, y con un aroma embriagador, que le resultaba muy familiar.
En segundos, unas enormes manos estaban alrededor de su cintura, sujetándola, evitando que perdiera el equilibrio.
—Hola, torpona —dijo en voz baja—. Que sorpresa encontrarte aquí.
Temía abrir los ojos y corroborar lo que su instinto le decía, pero al escuchar esa voz ronca y aquel característico saludo, supo que había acertado y se trataba del mismísimo Álvaro Avellaneda. Sin más remedio, abrió los ojos y alzó la vista encontrándose con aquellos potentes ojos oscuros que transmitían fuego.
—Lo siento. No vi por dónde iba —se excusó—. Vaya que es una sorpresa, jamás imaginé que frecuentaras sitios como este.
Álvaro se encogió de hombros y musitó con picardía en su voz:
—Es una linda noche y pensé que sería una pena terminarla sin una buena compañía.
—Qué bueno, espero la consigas —lo esquivó. Necesitaba poner distancia, el escucharlo decir esas palabras la habían encendido.
Él la tomó del codo, frustrando su huida.
—Quiero repetir —susurró.
Su voz, acompañada de esas palabras, terminó de alterar sus sentidos. Alzó un poco más la vista y sus miradas se encontraron, ¿Cómo era posible que soltara esas palabras acompañadas de un semblante tan serio?
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Más que Blanco y Negro
RomansaAlvaro Avellaneda es un exitoso empresario, que en su afán de ser reconocido por su trabajo y no por el apellido de su padre, ha olvidado la importancia del amor y de disfrutar de la vida. Para él todo se basa en cumplir las reglas, hasta que, por...