Semanas más tarde, Anisa se encontraba acurrucada entre los brazos de su príncipe. Tenía días quedándose en su casa. Álvaro se negaba a dejarla ir, cada día necesitaba más de ella. Aunque le encantaba pasar las noches a su lado, comenzaba a preocuparle, lo afectado que saldría su corazón si en algún momento aquello acabara. Era muy feliz al lado de su príncipe y comenzaba a imaginarse un futuro con él.
—Vendrán unos amigos de visita y me gustaría que te quedaras y compartieras con ellos.
La voz de Álvaro la sacó de su ensoñación.
—¿Estás seguro?
Anisa se sentía un poco nerviosa al respecto. Sabía que Álvaro no era el tipo de hombre que propiciara la inclusión de su pareja en su círculo social. El hecho de que se relacionara con parte de su familia, era gracias a Emma y al pequeño Daniel, que siempre insistía en invitarla a sus eventos escolares.
Los últimos días, las cosas entre ellos dos marchaban de maravilla y temía hacer algo que explotara la pequeña burbuja en que se encontraba. Solo esperaba que estos fueran parecidos a Óscar, y no a la rubia que en una oportunidad le había hecho una visita en el bar, junto a su madre.
—Por supuesto, quiero que te conozcan. Ellos son muy importantes para mí y les he hablado de ti y creo que es hora de que vean quien es la culpable de que esté irreconocible —confesó.
—¿Irreconocible? —¿A qué se referían con aquello? Pensó, que quizás no les parecía bien que Álvaro fuese menos gruñón y más expresivo.
—Eso dicen ellos —se encogió de hombros—. Al parecer, no soy el mismo de antes. Dicen que estoy bajo una especie de hechizo —rió.
Anisa sonrió con picardía y enseguida se colocó horcajadas sobre él y comenzó a observarlo con detenimiento, como si lo estuviera analizando. Segundos después, preguntó:
—¿Y según tú, yo soy la culpable de que estés irreconocible? ¿Yo te he hechizado?
—Si —afirmó aferrándose a su cintura con fuerza.
—Pues yo te veo y veo al mismo Álvaro Avellaneda de siempre.
Álvaro frunció el ceño. No entendía porque su chica decía aquello. Él no era el mismo. Sabía que sus amigos tenían razón al decir que estaba irreconocible. El mismo se sentía diferente. Se sentía en cierta forma liberado, porque por primera vez en su vida, podía ser él mismo, sin temor a ser juzgado. Con su franqueza y frescura, su morena, había hecho salir una parte de él, que desconocía, pero que cada día le gustaba más.
—¿Estás segura?
—Si —afirmó, sonriendo internamente por la cara que tenía su príncipe. Era todo un poema— sigues siendo el mismo gilipollas que se cree superior a todo el que lo rodea —la cara de Álvaro cambio de color y le fue imposible soltar la carcajada que tenía contenida. Obviamente estaba bromeando, claro que lo veía diferente, su príncipe cada día tenía más color y ella se alegraba de estar allí para verlo.
Al ver que su chica reía, Álvaro se relajó. Por un segundo se había creído aquella confesión. Le alegraba saber que solo había sido una pequeña broma. No soportaría que Anisa aun lo viera de esa manera.
—¡Eres una pequeña bruja! —sonrió y comenzó a hacerle cosquillas en su barriga, hasta que la tuvo de espalda sobre el colchón. La inmovilizó y comenzó a llenarla de besos.
—Principito, llegarás tarde al trabajo —dijo entre jadeos.
Álvaro ignoró sus palabras y continúo besándola.
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Más que Blanco y Negro
RomanceAlvaro Avellaneda es un exitoso empresario, que en su afán de ser reconocido por su trabajo y no por el apellido de su padre, ha olvidado la importancia del amor y de disfrutar de la vida. Para él todo se basa en cumplir las reglas, hasta que, por...