Capítulo 26

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Anisa se encontraba dormida en su cama, las últimas noches habían sido tan fructíferas como agotadoras. Era llegar a su casa y quedar dormida inmediatamente. No sin antes hablar con su príncipe por teléfono para darse las buenas noches.

Esa noche, lo había notado un poco extraño durante su llamada. Había sido un poco breve y distante, cosa que achacó a lo mal que le estaba yendo en la negociación que estaba tratando en Londres. No tenía sentido buscarle las cinco patas al gato, los últimos días, a pesar de la distancia, él se había comportado como todo un caballero, estando siempre al pendiente de ella. Por ello, no le dio más vueltas al asunto y se acostó a dormir.

Eran cerca de las tres de la mañana, cuando su perrita Tequila comenzó a ladrar desesperadamente. Anisa conocía muy bien sus ladridos, que según la ocasión, eran en un tono diferente. En esta oportunidad, ladraba de la misma manera que lo hacía cuando ella llegaba a casa, después de ausentarse por un tiempo considerable. Aunado a eso, escuchó como la puerta del departamento se abría. Nerviosa, se incorporó en la cama y parpadeó varias veces, hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, y vislumbraron la silueta de una persona, de pie, en el umbral.

Tequila movía la colita al compás de sus ladridos, feliz por aquella presencia. La morena no podía creer lo que veían sus ojos. Se pasó las manos, una y otra vez, tratando de aclarar un poco más la vista. Aquello no era posible, él se encontraba a kilómetros de distancia.

—¡Hola Tequila! yo también te extrañe.

Álvaro cerró la puerta y se agachó para acariciar y a su vez calmar a la perrita. Siempre que iba de visita a donde Anisa, ella lo recibía de esa manera tan efusiva, llena de ladridos y lametones. Una vez que Tequila dejó de lamerlo, se puso de pie y con una sonrisa ladina, se encaminó a donde estaba su chica.

Anisa permanecía en la cama. Estaba sentada sobre sus rodillas, con una mirada impertérrita. No podía creer lo que estaba pasando. Su príncipe estaba ahí, en su casa, frente a ella. Luciendo un traje negro, arrugado, con una camisa blanca desabotonada parcialmente. Se le veía cansado, cosa que se notaba en el par de bolsas púrpuras que había bajo sus ojos. Sin embargo, eso no lo hacía ver menos guapo, mucho menos, cuando le mostraba aquella sonrisa que como siempre la dejaba sin aire.

—Hola torpona —susurró—, he venido porque no aguantaba un minuto más sin verte.

Aquello fue como música para sus oídos. Anisa reaccionó y se puso de pie. Aún sobre su cama, caminó hasta el borde de esta y se abalanzó sobre él. Le dio un beso tan duro y tan potente que a Álvaro, le costó mantener el equilibrio con ella en sus brazos. Ella al ver que se tambaleaba, no dudó en enroscar sus piernas alrededor de sus caderas, mientras continuaba besándolo. Lo había echado mucho de menos, llevaba noches soñando con su reencuentro, y eso finalmente estaba pasando.

Finalizaron el beso cuando sintieron que les faltaba el aire. Álvaro la abrazó con fuerza, mientras enterraba la cara en su cuello y depositaba pequeños besos en él, aspirando el inconfundible aroma a chocolate que tanto lo llenaba de vida.

Anisa hundió una de sus manos en el cabello y lo obligó a mirarla.

—¿Qué haces aquí? Pensé que aún no habías resuelto lo de la negociación y...

Él la calló con un beso, jamás se cansaría de sus labios. Era imposible tenerla tan cerca y no hacerle el amor con su lengua.

—Aún no está resuelto, pero moría de ganas de verte, así que decidí venir a verte aunque sea por unas horas.

—¿Por unas horas? —enarcó una ceja.

—Sí. Mañana al medio día debo estar de vuelta en Londres para continuar con las negociaciones.

Más que Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora