Capítulo 35

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Al día siguiente, la pequeña casa de los padres de Anisa estaba llena de gente. El matrimonio Tadele era muy querido en la comunidad y no era de extrañarse que se acercaran para saber de la salud de Abel. De igual manera, Anisa era muy conocida por aquella zona. Sus amigos de la infancia no tardaron en hacer acto de presencia. Inclusive, Triny había viajado desde Valencia para acompañar a la morena. Ella junto con Tequila, eran la otra sorpresa que Álvaro tenía para ella.

Roberto, su eterno enamorado, había llegado con un ramo de rosas, siempre con la esperanza de llegar a su corazón. Álvaro estaba que echaba chispas. ¿Cómo se atrevía aquel tipo a llevarle rosas a su chica? Era un desubicado, quería partirle la cara, pero no estaba en su casa y no podía armar un escándalo. Su suegro estaba convaleciente y necesitaba tranquilidad. No obstante, haría lo que fuese necesario para marcar su territorio, Anisa era suya y nadie, absolutamente nadie se la podía quitar.

—Amor, creo que deberías ir a descansar —dijo con la esperanza de que sus amigos comprendieran que debían marcharse y dejar a su chica reposar.

—Estoy bien, en lo que me toque la medicación me retiro a descansar. ¿Vale? —se sentía muy bien al estar rodeada de gente querida. Además veía de mal gusto, retirarse a descansar, cuando estaban allí por ella y por su padre.

Álvaro soltó un suspiro y se apartó del grupo. Necesitaba ocultar su evidente molestia.

—Colega, son sus amigos. No puedes culparla por estar feliz de verles —alegó Óscar. Quien aún permanecía en Elche solventando lo del seguro de la moto.

—No tengo problemas con que sus amistades vengan a verla, pero me molesta, que el gilipollas del amigo se atreva a venir con un ramo de rosas. ¿Qué crees que intenta con eso? Anisa ya tiene dueño, así que su "detalle" está de más —gruñó.

—Anisa es un ser humano, no un objeto, así que no te expreses de esa manera —le reclamó. Entendía que su amigo estaba perdidamente enamorado, pero eso no le daba derecho a hablar de ella como si fuese un objeto.

Álvaro puso los ojos en blanco. Óscar no entendía lo que era sentirse el dueño de la mujer que se amaba, porque lamentablemente su amor no era correspondido. Evidentemente él no veía a Anisa como un objeto, pero si sentía que le pertenecía en cuerpo y alma, al igual que él le pertenecía a ella.

—No seas imbécil, obvio que no la veo como un objeto, es algo más profundo que eso. Si algún día tu mujer misteriosa te ama con la misma intensidad que la amas a ella, me entenderás y me darás la razón.

—Touché.

Álvaro sonrió al ver que una vez más había dado en el blanco.

—¿Por qué sigues aquí? ¿No habías solventado ya lo del seguro? —cuestionó con la intención de cambiar el tema. Le gustaba incordiar a su amigo, pero no al punto de hacerlo sentir mal. Y siempre que se nombraba a la mujer misteriosa, Óscar terminaba deprimido.

—Falta coordinar un par de cosas, sabes lo habilidosas que son las casas de seguro y no aceptaré un arreglo menor al estipulado —Álvaro asintió. Sabía que no había nadie mejor que el castaño para ese tipo de trámites. Óscar no solo era el mejor de los amigos, era el mejor de los abogados—. Además, mamá Manuela me pidió que la llevara a hacer la compra y espero a que se termine de alistar para llevarla.

—¿Mamá Manuela? ¿Le dices madre a mi suegra? —preguntó extrañado. Conocía muy bien el vacío emocional que tenía Óscar debido a la falta de familia. Había quedado huérfano a corta edad y no tenía a nadie en el mundo con su misma sangre. Sin embargo, le extrañó que, en tan poco tiempo, considerara a la madre de Anisa, su madre.

Más que Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora