Capítulo 10

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Era un hermoso domingo soleado, y Anisa estaba feliz. Y como no estarlo si se encontraba haciendo una de las actividades que más satisfacción le proporcionaba, dar clases de arte a niños, en el centro comunitario Cielo Abierto.

Un día, conversando con su amiga Triny, esta le comentó la existencia de aquel maravilloso lugar, donde impartía clases gratuitas de yoga a niños, jóvenes y adultos de escasos recursos. Después de asistir a una de las clases de su amiga, quedó flechada con aquel lugar que ofrecía un espacio seguro a quienes más lo necesitaban. De inmediato se unió al grupo de voluntarios, ofreciendo sus servicios como profesora de arte. A pesar de no ser una profesional en el área, se defendía muy bien, gracias a los diversos cursos que había tenido la oportunidad de hacer.

Aunque se trataba de un viejo edificio, el ambiente agradable y familiar que proporcionaba, hechizaba por completo a quienes lo visitaban. Sus paredes estaban cubiertas de pósteres donde se ofrecían las diversas actividades, desde sesiones de meditación, ayudas para elaborar currículos, clases de informática, autodefensa, entre otras. También contaba con una biblioteca, un área de juegos y una cancha deportiva, donde los niños recibían clases de fútbol, voleibol y básquetbol. Por ello, siempre estaba lleno de gente.

Ese día en particular, la zona de los niños se encontraba atestada de familias, el salón de informática bullía con adultos que manejaban con nerviosismo aquel aparato que tanto les asustaba, un grupo de adolescentes se encontraban en la cancha calentando previo al juego de basquetbol que se venía, mientras que otros se encontraban en la biblioteca leyendo en voz baja.

El salón donde se impartían las clases de arte, estaba lleno de color, Las obras de los niños, decoraban las paredes y una que otra escultura de arcilla decoraba los estantes y mesones. De igual manera, contaba con un enorme ventanal que daba al área de juegos, por donde se colaban las risas de los niños que jugaban. A pesar de tener pocos materiales, porque dependían en gran parte de las donaciones, Anisa se las apañaba para dar las clases lo más completa posible. Ese día, la clase se trataba de dibujo libre y los niños estaban encantados.

Cuando finalizó la clase, Anisa se despidió de sus alumnos, prometiéndoles volver en quince días. Cuando el salón se encontraba vacío, comenzó a recoger todo rápidamente, puesto que en esa misma aula se impartían otras clases y debía dejarlo lo más ordenado posible.

Mientras dejaba todo en su lugar, hizo un recuento de lo que habían sido esas últimas semanas. Había pasado más de un mes desde que se desmayó en el bar, un desmayo que desde su punto de vista, marcó un antes y un después con el príncipe oscuro. Un día después de ese incómodo incidente, recibió una misteriosa entrega de una reconocida tienda online. Se trataba de un mercado de frutas, carnes y alimentos de primera necesidad, que estaba segura que venía de parte de Álvaro. Nunca había llenado de esa manera su alacena, hasta había pensado en Tequila, enviándole comida y vitaminas.

Días después, se reincorporó a sus labores e intentó agradecerle por aquel maravilloso gesto, pero fue detenida por la gerente de Recursos Humanos, quien le indicó que para poder conversar con alguno de los dueños debía solicitar una audiencia, cosa que hizo, pero le fue negada. Ese mismo día, cuando ya había comenzado su turno, lo vio pasar hacia la barra y aprovechó que debía ir por unos tragos para saludarlo, y cuando lo hizo, él se limitó a hacer un gesto con su cabeza, devolviéndole el saludo, pero sin articular palabra.

Lejos de molestarse, entendió, que mientras estuviesen dentro del bar, estaba frente al Álvaro frío, el ejecutivo, dueño y señor de aquel lugar y no era correcto acercarse de esa manera. Por ello, desde ese día se limitó a saludarlo de la misma manera que él había empleado con ella. Después de todo, mantener la distancia era lo mejor, no podía negar que sentía una enorme atracción por su nuevo jefe, y esos pensamientos y deseos, solo le traerían problemas si los dejaba florecer.

Más que Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora