Capítulo 36

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Dos semanas después, decidieron volver a Valencia. A Anisa le costó separarse de su familia, le hubiese encantado pasar más tiempo con ellos, pero Álvaro necesitaba ocuparse personalmente de unas inversiones y no podía posponer por más tiempo su regreso a la ciudad.

Cuando llegaron al ático de Álvaro, se sorprendió de ver todas sus cosas en el lugar. Si bien, no eran muchas sus pertenecías, tenían un gran valor sentimental para ella, como lo era en el caso de sus cuadros con frases de Frida Kahlo y sus bocetos de pintura, de cuando estudiaba arte en la universidad.

En su ausencia, Óscar, junto con Triny, se encargaron de mudar todas sus cosas, incluyendo las de Tequila. En un principio, la morena temió que Álvaro se opusiera a convivir con la perrita, pero afortunadamente no era el caso. Detalló el lugar, y vio que algo faltaba, sus preciadas pinturas no estaban, o por lo menos, no en un sitio visible.

—Espero no haya faltado nada —musitó Álvaro mientras la abrazaba desde atrás, apoyando su frondosa cabellera contra su pecho.

—No, todo está aquí. Muchísimas gracias.

—¿Segura? —indagó. Sabía en lo que estaba pensando la morena, y que seguramente por temor a la respuesta no quería preguntar.

—Me... me faltan algunas cosas.

Álvaro le dio la vuelta y cuando la tuvo de frente, le preguntó:

—¿A qué te refieres?

—A mis cuadros con frases de Frida Kahlo y mis bocetos. Las pinturas que elaboré cuando estudiaba.

—Mmm —se llevó una mano a su barbilla y simuló evaluar aquellas palabras—. ¿Segura que no están aquí?

Anisa señaló todo el lugar, haciendo énfasis en las paredes, que permanecían sin ningún tipo de imagen.

—Entiendo, no están en esta habitación, pero, ¿has visto si se encuentran en alguna otra?

La morena arqueo una ceja. ¿Qué quería decir con eso? Las otras habitaciones eran las de invitados, obviando la que se encontraba al final del pasillo, que funcionaba como su gimnasio privado. ¿Acaso la pondría a dormir en una de las habitaciones de invitados? Imposible, de lo contrario su ropa no estaría en el armario de él.

Al notar su evidente confusión, Álvaro la tomó de la mano y la llevó hasta el final del pasillo. Hasta hace unos días, aquella habitación había funcionado como un pequeño gimnasio. Solía llamarla, el santuario, porque era el sitio donde se relajaba y drenaba el estrés de su día a día. Pero, de ahora en adelante sería el lugar de Anisa. Mandó a sacar todas sus máquinas de ejercicio y mandó a amueblar según los gustos de la morena, para que la utilizara como estudio, y así diera rienda suelta a la artista que llevaba por dentro.

—Espero que te guste —susurró antes de abrir la puerta.

Anisa palideció cuando vio lo que había en aquella habitación. Las máquinas para hacer ejercicios habían desaparecido y habían sido reemplazadas por un enorme escritorio de madera, un atril para pintura, un par de estantes con sus viejos libros de arte y envases con sus pinceles y pinturas. Un cómodo sillón color beige, en una esquina, acompañado por una enorme lámpara de piso, con la base del mismo color de la madera del escritorio. Las paredes estaban pintadas de un verde pistacho y en ellas se encontraban colgados sus cuadros con Frases de Frida Kahlo. Y sus bocetos, sus viejas pinturas, también habían sido enmarcadas y colgadas, dándole un toque colorido al lugar, que ya sentía como suyo.

No pudo evitar ponerse sentimental. Aquello superaba con creces sus expectativas. En un principio tuvo sus dudas respecto a irse a vivir con Álvaro. Él era un hombre estructurado, lleno de normas, y pensó que quizás no podría hacer suyo aquel lugar, pero su príncipe dejaba todo de lado por ella. Incluso su habitación favorita. Sin duda, su decisión había sido acertada.

Más que Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora