25. Resfrío y malentendidos

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—Iremos ya mismo al doctor—sentenció la señora Campbell después de que Cat tuviera fiebre tres veces seguidas en la semana.

Ed un dimple redfriado, tía Miriam—Cat prácticamente hablaba con voz congestionada y tenía los ojos y la nariz rojos.

—¿A caso quieres terminar una de las famosas sopas que hace tu tío?

Do, qué asco.

Catalina caminaba atrás de Miriam intentando convencerla de no ir al doctor. Entendía bastante a Cat, los doctores a veces pueden ser los causantes de una visita al psicólogo. Eran contados los que tenían empatía y buen tacto, mientras que parecía que otros disfrutaban ver como sus pacientes se estrujaban las manos en la camilla esperando sus resultados.

—¿Puede venir Anne con nosotras?—Cat se apoyó sobre sus codos en el respaldar del sillón en donde estaba sentada—. Adí sería menos aburrido—sorbió los mocos por la nariz.

Giré la cabeza para encontrarme con el rostro de la chica muy cerca del mío, sus ojos estaban ligeramente hinchados y humedecidos por las lágrimas, traía la nariz roja y con restos de pañuelos deshechables diminutos, además, su calor corporal podía superar al de una olla de sopa en un día con 40 grados. Definitivamente necesitaba un doctor.

—Tengo que cuidar a tus primos—argumenté sintiéndome victoriosa al saber que no iría a un hospital.

—Yo puedo hacerlo—Tom entró desprevenidamente a la sala y se sentó a mi lado—. Vayan tranquilas, los chicos nos quedaremos en casa.

La voz con la que dijo esas palabras traía un dejo de ironía. Le lancé una mirada de advertencia y el solo me guiñó un ojo antes de mandar un beso al aire.

Estas dos semanas posteriores al viaje, Cat no paraba de quejarse de dolor de cabeza, y sentirse algo mareada, además de la temperatura. Pero era algo muy peculiar; tenía esos síntomas un día, y después estaba como nueva al día siguiente.

El viaje al hospital fue más rápido de lo que esperaba, agradecía eso porque la preocupación por la salud de Cat me carcomía por dentro.

(...)

—Ahora quiero que respires como si estuvieras agitada—la doctora puso el estetoscopio sobre la espalda de Cat y escuchó atentamente.

—¿Está todo bien?

—Si, es un simple resfrío.

—Te lo dije—Cat bajó de la camilla sonriendo, pero esa simpática sonrisa se transformó en una mueca desagradable y sostuvo su frente—. Ahg.

—Y esos mareos, ¿a qué se deben?

—Pueden deberse a una sinusitis—se encogió de hombros—. Nada que unas inyecciones y vapor no puedan curar.

Mientras la doctora escribía la receta, vi cómo Cat tomó una muestra médica de crema para onicomicosis y la guardaba discretamente en su bolsillo. Pateé su pierna por debajo del escritorio y ella solo sonrió. Seguramente tenía algo planeado en mente.

Ya en la enfermería, Cat confesó que era belonefóbica, lo comprobé cuando estrujó mi mano hasta casi pulverizar mis huesos cuando la enfermera se acercó con la inyección en mano, pegó un alarido cuando se penetro en su piel, y fue peor cuando salió de ella.

Ya en la enfermería, Cat confesó que era belonefóbica, lo comprobé cuando estrujó mi mano hasta casi pulverizar mis huesos cuando la enfermera se acercó con la inyección en mano, pegó un alarido cuando se penetro en su piel, y fue peor cuando sali...

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