Capítulo 1

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El espantoso sonido del despertador la sacó de su letargo, con pereza abrió lentamente los ojos, lamentado que un nuevo día hubiera empezado ya.

Soñolienta se puso en pie, debía darse prisa o se le haría tarde como la semana pasada, y no podía permitirse más retrasos, al menos no durante ese mes, su profesora de ciencias ya le había avisado que una falta más y no tendría derecho a examen. Aunque tal vez fuera lo mismo, de todos modos si lo presentaba estaba segura de que reprobaría.

Con pasos lentos se acercó a su pequeño clóset del cual sacó su viejo uniforme, una falda cuadriculada en colores café y una blusa de botones manga corta blanca. Aún con sueño se puso las calcetas blancas y se calzó los zapatos.

Vio el pequeño despertador que se encontraba sobre un buró que había visto mejores años, y se aseguró que aún tenía tiempo para tomar un pequeño desayuno. Si su casa no quedara tan lejos de la escuela tal vez podría dormir un poco más.

Guardo sus libretas de la noche anterior en su mochila y con pesar la cerró, en verdad había intentado hacer la tarea, pero el sueño que tenía había sido mayor y la había vencido.

En el mayor silencio del que fue capaz bajo las viejas escaleras de su casa, tuvo cuidado de no pisar en los puntos donde sabía rechinarían, no deseaba ser la causante de que su padre se despertara. Al llegar a la sala descubrió con horror que habían algunas botellas de cervezas vacías desperdigadas por la mesilla de centro, eso solo significaba que el dinero del mes seguramente se hubiera acabado en alcohol.

—¿Y ahora que haré?, aún no he conseguido un trabajo.

La chica llamada Alina recogió a toda prisa los envases de cerveza y los llevó a la pequeña cocina, donde los dejó en una esquina del mostrador, su padre odiaba ver la casa hecha un desastre, aunque fuera él quien lo hiciera.

Dejó su mochila sobre una de las sillas y se acercó al refrigerador en busca de comida, dentro habían más envases de cerveza, unas cuantas frutas las cuales habían visto mejores días, y un par de huevos y verduras. Se sintió en verdad tentada en hacer un huevo revuelto con lo poco que había de complemento ahí, pero se arrepintió a los segundos, seguramente Dalton lo querría y al no encontrarlos la castigaría.

Resignada tomó una de las manzanas un tanto magulladas y se la llevó a la boca, sabía un poco agria y estaba un tanto aguada, pero nada que no fuera comestible. Con pesar cerró la portezuela del refrigerador y se apresuró por terminar su desayuno.

Cuando paso una vez más por la sala hizo una nota mental que esa tarde debía limpiarla, el suelo era un desastre, y el mueble frente a la televisión tenía manchas dios sabe de qué, solo rogaba porque se le pudieran quitar.

Apresurada se encaminó hacía la escuela, recorrió el camino que tan bien se sabía y deseo por unos segundos tener una amiga que la esperará allí, aunque de nada serviría a decir verdad, ella no podía decirle a nadie lo que sucedía en casa, Dalton se lo había hecho saber muy bien la única vez que lo había intentado.

Dalton, papá... algunas veces le llamaba de una forma y otras de otra, aunque cuando se encontraba frente a él nunca le decía por su nombre, estaba segura de que de hacerlo le rompería la boca por su insolencia.

—Solo un poco más, ya falta poco para que me pueda ir.

Pero, ¿realmente lo haría, se iría?, y de hacerlo, ¿a dónde iría? No tenía más familia que su padre, y si la tenía no la conocía, no tenía tampoco amigos que la pudieran ayudar, y tampoco conocía gente dispuesta a ayudar a una completa extraña, al menos no sin desear algo a cambio. Y eso solo la llevaba a pensar que se encontraba en un hoyo negro, una vorágine que por más que peleaba contra ella nunca podría salir.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora