La velada hubiera sido un chasco por completo si no fuera por la compañía de Lillian, Elizabeth y Anne. La música había sido agradable, el ponche aceptable y había sido sacada a bailar en un par de ocasiones. No tenía sentido de que se quejara. Salvo un detalle. Los vals no habían acelerado su corazón. Más bien sus compañeros de baile no se lo habían provocado, dejando en su lugar un hueco en su pecho.
¿Dónde estaban esas mariposas que una sentía en su estómago revolotear con sentir la palma del caballero en su espalda? ¿O tras una mirada cómplice compartida? Nada de eso había ocurrido y creía que ese sería el principio de una temporada aburrida sin encontrar al candidato para casarse.
Su madre, lady Madison, no opinaba igual que ella. Había estado parloteando sobre el tema durante el trayecto a casa.
— ¿Por qué no le das una oportunidad a lord Resford? Vivirías con una renta bien acomodada y tendrías todos los caprichos que quisieras. Es atractivo y procede de una familias más respetadas de Londres.
Lord Madison hizo pantalla de humo porque no pronunció palabra, optando por mirar las calles que se veían tras la ventanilla del carruaje que meterse en una conversación donde podía salir escaldado por su mujer. Ojalá, hubiera podido esconderse, pero tenía la mirada de su madre puesta en ella.
— No me gusta lord Resford.
Cuando antes lo dijera, antes se quitaría del medio. ¡Había sido muy ilusa!
— No es cuestión de que te guste, Bryony. El amor se puede construir a base de la confianza y del día a día. Míranos a nosotros. No nos casamos por amor, pero después de unos años, hemos sabido querernos. Verdad, ¿Andrew?
— ¡Andrew! — le propinó una patada, consiguiendo por fin, su atención.
— Sí, querida. Tienes razón.
Esa respuesta se ganó un bonito ceño fruncido por parte de la dama. Sin querer, su padre se había adjudicado también una discusión, que más tarde resolvería en el lecho como ocurría desde que tenía ella conciencia de que los mayores tenían una forma muy particular de resolver sus problemas. Un ejemplo de ello, eran sus padres, causándole un trauma en su infancia. Menos mal que eso no había traído consecuencias colaterales más tarde.
Contuvo un suspiro y, de fondo, oyó discutir a sus padres. Por lo que pudo respirar más tranquila.
Había tenido razón, sus progenitores no se casaron por amor. Aun así, aprendieron amarse con el paso de los años y en la comodidad de un hogar. Del calor de una familia.
Sin embargo, ella que había visto el amor a través de las escenas de sus amigas casadas con sus respectivas pareja, era lo que más envidiaba. Esa adoración natural que transmitían unos ojos masculinos hacia su esposa; esos gestos delicados que compartían, creyéndose que estaban a salvo de las miradas curiosas, siendo una promesa de que la intimidad eran más profundos y cálidos para ellos. Una promesa que invitaba a más.
Ella quería eso.
¿No era mucho pedir?
Hasta sus padres se amaban, pero a su forma.
Su corazón protestó, recordándole la imagen de cierto caballero. Pero él nunca se dio cuenta de su presencia. ¿Qué sentido tenía ahora en rememorarlo? ¿O tendría un problema con el órgano de su pecho que solo le interesaba un recuerdo puntual?
Posiblemente, y se le olvidó el médico decirle que su madre tenía un problema de corazón al nacer.
La próxima se lo sacaría a relucir cuando le hablara del tema, así le daría con la excusa perfecta del por qué no estaba entusiasmada en conseguir un marido y por suerte divina, la dejaría en paz.
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Miénteme © #4 Saga Matrimonios
Ficción históricaLa historia de lady Samantha hubiera sido la continuación de me odiarás, pero esta la ha guardado en un cajón debido a la poca inspiración que iba teniendo. No la dejaré por mucho tiempo guardada ya que he pensado que será la última de la saga. Sí...