Otro trozo (mini)

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Bry evitó el posible interrogatorio que le daría su adorada madre en cuanto la viera, corriendo como una gacela a su dormitorio. Sabía que el regreso de su doncella antes que ella, habría aventurado a pensar que no había ido del todo bien o había tenido la intención de dejarla a solas con él. Si la conocía bien no consideraría esta última opción, y más si le había preguntado a Evie de lo acontecido. De cualquier forma, no quería tampoco que la viera en ese estado, alterada y sonrojada. Todavía temblaba. Pese a que había sido más que un intercambio de palabras, no por ello dejaba de haber sido tan... ¿íntimo?

¿Estaría perdiendo la cabeza?

Se encerró en su dormitorio y apoyó la espalda en la puerta. Con el corazón a mil.

¿A quién pretendía engañar?

Desanimada, se encaminó hacia la cama no sin antes de mirarse las manos y ver para su horror el desastre que había hecho inconscientemente cuando palmeó furiosa la corteza del árbol. Aun así, él se las había tocado, sus guantes manchados y rotos. No eran de color blanco impoluto.

Un súbito sonrojo encendió sus mejillas y las bajó, arrepentida por haber tenido ese pensamiento. Pero, para su corazón joven e ingenuo, era alzarse sobre unas esponjosas nubes y suspirar, aunque hubiera durado unos segundos de su contacto.

Cuando oyó la puerta abrirse, se quitó rápidamente los guantes y los guardó en una cajita que tenía en la mesita de noche. No profundizó el porqué lo había hecho.

— Hija, ¿estás bien? — abrió la puerta del todo y la joven no pudo esconderse como quiso hacerlo —. He preguntado a Evie, y no me ha dicho mucho. ¿Cómo ha ido con lord Resford?

Si quería haber evitado el interrogatorio, su ilusión se esfumó por la ventana cuando la vio sentarse encima de la cama. Irguió hombros y empezó a relatarle, obviando como no su encuentro con lord Portier. No estaba segura cómo se tomaría esa información su progenitora. Si se escandalizaría o la animaría a intentarlo.

¿Intentarlo? ¿A qué?

Lo dudaba. Él estaba con esa meretriz. Cosa que ella, por más que lo intentara, jamás lo encandelaría con algún gesto suyo, su cuerpo o su belleza atípica, porque no tenía un gramo en su cuerpo de sirena seductora. Eso, oh Dios, se moriría de la vergüenza si se atreviera a acercársele a él. 

Por ahora, preferiría imaginarse que era un sueño imposible de realizar.

Un sueño que trataría de enterrar o romper lo antes posible. 

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora