Capítulo 25 (mini)

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Nunca hubiera creído que por una torcedura de tobillo, les habría acercado de tal manera que las distancias mantenidas, desde hace una semana, desaparecían para dejar a la luz una desesperación más profunda, aunque todavía no se había puesto en alta voz. 

 El sentirlo, cerca de ella, preocupado por su salud, había sido superior para su paz. No era que se hubiera vuelto loca de repente. No. Era porque lo había echado de menos, aunque hubiera aún cuestiones por resolver. Él lo sabía. Encima, se añadía la animadversión que parecía latente entre los dos caballeros. Algo le decía que lord Portier conocía de antes al marqués Werrington. No dudaba que esa razón procedía del pasado. 

No le sacó el tema, ni tampoco él se lo mencionó mientras salían de la residencia del marqués. Se dirigieron hacia el carruaje, que los estaba esperando, apoyada en su brazo, y con el cuidado de no poner el pie en el suelo.  Anne tuvo que irse en otro, ya que se le había hecho tarde y tenía que regresar al hogar. Además, de dejarlos con la intimidad que necesitaban.  

Bry se disculpó con ella, sintiéndose un poco culpable de la tardanza. Su amiga le quitó importancia y le expresó su deseo de que las cosas en su matrimonio se arreglaran.

—  Espero que esto sea un aviso y no se duerma en los laureles.

— Anne — la abrazó antes de que lord Portier la ayudara a subir en el carruaje. 

Lo miró, preguntándose si no la había escuchado. Aun así, no lo supo, porque se mantuvo impertérrito. Después de marcharse del hogar de Werrington, su marido se encerró en silencio. Como si se hubiera acordado de que era mejor estar distanciados. De todas formas, la joven no quería que volvieran al mismo punto de partido. No cuando lo había tenido cerca. 

El cochero les cerró la puerta y no tardó en ponerse en marcha. Bry notó más que nunca el espacio que los rodeaba como la presencia de él, que apretaba con tensión la cabeza del bastón. No titubeó cuando posó su mano sobre la suya. Lo observó fruncir el ceño, pero no la apartó. Sino que entrelazó sus dedos. 

— He conocido tres veces el miedo — si no fuera porque estaban tan cerca, no lo hubiera podido escuchar —. La primera vez fue cuando tenía siete años y me notificaron de la muerte de mis padres; la segunda, aunque merecida, cuando mi prima me despreció por lo que hice y ahora tú... 

Sus ojos chocaron y sintió que se le saltaba un latido del corazón. Luego, otro. Tenía la garganta tan seca que le costó hablar. Así que dejó que el silencio lo hiciera por ella.

— El saber que estabas con él, e ignorando las condiciones de tu estado, empeoraba el malestar.

— ¿Te aliviaría saber que no me ha hecho nada?

— Gracias a Dios porque si no le hubiera retado a duelo.

La joven contuvo la respiración. Le creaba desosiego al imaginarse que ese duelo se hubiera llevado acabado. No, no era una opción a considerar.

— Pero no ha sido así — con la otra mano, le acarició la mejilla, como lo había hecho antes —. Aunque no sé qué motivos tendrías para pensarlo, él se ha comportado amable conmigo. 

— Mis motivos — tuvo que hacer un gran esfuerzo para no descentrarse ya que empezó a besar las yemas de sus dedos; los dos no llevaban guantes —, son que es un rufián y un encantador con las mujeres.

— Vaya, lo conoces muy bien.

— Por desgracia así es. Coincidimos en el mismo año en Eton y sé mucho de su vida como él de la mía. 

No dijo nada más. Ni ella se lo pidió porque sus miradas se prendaron. 

— No lo has olvidado.

Cayó en la cuenta a lo que quería referirse realmente.

—No es fácil, teniendo en cuenta que no actuaste bien con tu prima, ni con su marido. ¿La sigues amando?

El contacto de sus ojos se rompió. Pero no la cercanía de sus cuerpos. Lo vio suspirar y apoyarse en el respaldo del asiento.

— ¿Quieres escuchar la verdad?

— Sí — su respuesta era temerosa y, a la vez, ansiosa.

— No la amo.

No notó que estaba conteniendo el aliento hasta que volvió a respirar y se percató de su escrutinio.

— ¿Entonces? — tenía el corazón a mil —, ¿te arrepientes de lo que hiciste?

— En parte.

Eso no sonaba muy bien. Él lo vio en su rostro.

— Porque si me arrepiento del todo, también, me arrepentiría de mis otras acciones.

— ¿Cuáles serían tus otras acciones?  

— Si mi prima no me hubiera pegado el tiro, quizás, habría seguido con mi locura y, eso hubiera significado, esposa mía, no haberme fijado en ti. De ello, no me arrepiento.


Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora