Un trozo (mini)

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Al día siguiente, el desayuno fue tenso.

Florence bajó más temprano de su hora habitual para pillarlo, así fue y no disimuló su malestar enfrente de él, que estaba parco de palabras. La miró y no le saludó con un buenos días, es más, la ignoró, lo que molestó más si cabe a la mujer.

— ¿Me puedes explicar qué hice mal para me rechazaras anoche?

Edward masticó con poco entusiasmo el trozo de tostada que había mordido. La dejó en el plato y la miró sin titubeo.

— No me apetecía y, mucho menos, después de haber discutido. Creo que fue contundente cuando te dije que dormiría en otro lugar.

— ¿No hay algo más que deba saber? Porque hemos discutido muchas veces y el sexo no era algo inconveniente para nosotros.

Portier no se sonrojó, ni se echó para atrás en su postura.

— ¿Algo como qué?

— ¿Una mujer, por ejemplo?

Edward no se lo negó.

— Es cierto que hay alguien, pero no te preocupes, ella me rehuye — no se esperó la respuesta de ella, que se puso furiosa.

— ¡Malnacido! — fue hasta hacia él con la intención de abofetearlo pero él hombre interceptó su mano —. ¿Cómo has podido callártelo?

— No tenemos ningún compromiso, Florence — la apartó de él y puso de barrera la mesa — para que te pongas así. Somos amantes, ¿y qué? Sabes que mi corazón no puedo dártelo porque ya se lo entregué a otra.

— Sí, sí, se lo has dado a la estúpida de Sophie. No me lo recuerdes. Pero sabes qué. ¡Eres un débil, Edward! Poca pena me das.

— Pues ya sabes el camino, querida. Nadie te retiene aquí, salvo un revolcón.

Florence iba a atacarlo de nuevo, pero se lo pensó dos veces. Inspiró hondo e irguió los hombros. Con una sonrisa fría, le soltó:

— ¿Un revolcón, dices? Bien que te hecho joder, querido. Eso nadie, nadie ni siquiera el recuerdo de Sophie te lo podría hacer.

El hombre hizo una mueca, mas no le respondió como ella quiso que hiciera. Quería reducirlo a la nada.

— Y si la otra dama te rehuye, mejor. La pobre no sabría en dónde meterse si se llegara a enterar de la mitad de la historia.

— ¡Cállate, Florence!

— ¿Ella sabe lo jodido que estás? — por lo que pudo ver en su mirada dubitativa, se lo dijo —. Oh, qué maravillo sería que lo supiera.

— Es mejor que te vayas.

— Claro que me iré. No soportaría estar en el mismo espacio que un hombre no sepa apreciarme. No seré tonta por dos veces. Ah, cancela la cena de esta noche. Mándale a Lobrough una disculpa de mi parte y dile que se ha cancelado por una de tus dichosas rabietas.

La mujer le echó un último vistazo impregnado de desdén. Edward no la detuvo, sino que regresó a su silla y volcó lo que había en la mesa al suelo de una sola brazada.

¿Ella sabe lo jodido que estás?

— No lo sabe. ¡Maldición!

El estruendo no le alivió. 

Ni siquiera la marcha de Florence Savage.

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora