No se la podía quitar de la cabeza.
Pero más que su persona, era el recuerdo de sus ojos grandes, marrones y expresivos. Donde podía uno perderse en una batalla sin cuartel. No había intrigas porque no era su intención intrigarlo, sino más bien lo contrario. Quería escaparse de él. Por más que ella lo negara.
¿Por qué?
Mas no sabía cuáles eran sus obsesiones. Al menos Sophie le había concedido la discreción de lo ocurrido. No creía que lo hubiera hecho por él. En cuanto a Plumfield se lavó sus manos, dejándolo en la estocada. Solo quiso dar una lección a su prima cuando estuvo inconsciente. Hablando de ello, las manos de ellas, estaban cubiertas por los guantes, con el blanco impoluto manchado de tierra por la corteza del árbol. Dañados y rotos. Aun así, la señorita mantuvo en alto su pudor y orgullo.
Interesante combinación.
Cabeceó, notando los movimientos del mayordomo alrededor de él. Apartó las imágenes de la cabeza y le entregó sus guantes, que esperaba que se los diera, para guardarlos junto con el abrigo.
— ¿Ha sido agradable el paseo, sir?
— Sí, lo ha sido. ¿Me podría preparar un baño?
— Ahora mismo.
— Gracias — comenzó a subir los escalones cuando se topó con una figura, en el rellano superior, con el camisón aún puesto y la bata —. Buenos días, Florence.
— ¿Te voy muy animado? — cruzó de brazos y lo miró con los ojos entrecerrados. Estos eran más felinos y más astutos. No como otros —. Tanta felicidad por la mañana, me estremece. ¿Acaso has descubierto oro y no me lo has dicho? ¿Podrías compartir algo?
Edward enarcó una ceja y se apoyó en la barandilla, indolente. No cayó en su provocación.
— ¿Mi ausencia te ha despertado?
— Más quisieras — pasó por delante de él, dándole un ligero manotazo en su brazo —. Voy a desayunar. Me imagino que lo has hecho sin esperarme.
— Supones bien.
Obtuvo como respuesta un gruñido, poco femenino.
— La próxima vez no te esperaré, querido. Desayunarás, solo.
Con ese ultimátum, acabó de bajar los escalones y desapareció por el salón. Pero sus palabras no le provocaron la más leve preocupación. Un mosquito hubiera hecho más ruido. Sino que se encogió de hombros y fue a su alcoba, ayudándose con el bastón. Entró en la estancia, encontrándose con el aroma del perfume impregnado en el ambiente. Más que excitarle, no le produjo ninguna emoción. Fue quitándose la ropa.
Una hora después, estaba metido en una humeante bañera, relajándose. Si eso le fuera posible. Como había despechado al mayordomo, él hizo la misma tarea de lavarse. Así que se echó un cubo por la parte de arriba, mojando sus cabellos, empapándolos. El agua no le ayudó. Se echó los cabellos hacia atrás y se recostó.
Desde su posición, con las cortinas corridas, podía ver las casas de sus vecinos. Tenía buenas vistas. Mas no eran esas las que quería ver.
¿Cómo estaría Sophie?
Con un suspiro, bajó los párpados, entregándose a la oscuridad. A la momentánea y pasajera oscuridad. ¿Cuándo dejaría de preguntarse por ella? Sintió un tacto que no era propio de él, serpenteando por su torso.
Su retorcida mente se imaginó otra dueña. Otra muy diferente que no hubiera imaginado todavía. Para su sorpresa, su cuerpo reaccionó como si le hubiera propinado un latigazo. Fuerte, latente y doliente. Pero no se movió, ni abrió los ojos.
Todavía no.
— ¿Has terminado de desayunar? — trató de mantenerse impasible, pero su voz lo traicionó, sonando áspera.
Muy áspera.
— Aún no — su susurro le llegó al oído.
— Creía que querías hacerlo sola.
— He cambiado de parecer. Además, la comida se comparte.
No fue lo único que le llegó de ella. Sus dientes mordieron su lóbulo y su mano lo alcanzó.
— Pues bien, ves tomando lo que te apetezca.
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Miénteme © #4 Saga Matrimonios
Historical FictionLa historia de lady Samantha hubiera sido la continuación de me odiarás, pero esta la ha guardado en un cajón debido a la poca inspiración que iba teniendo. No la dejaré por mucho tiempo guardada ya que he pensado que será la última de la saga. Sí...