Un trozo (mini)

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Edward no le estaba prestando la debida atención a su amante, que empezó a palotear con alguien conocido que se les había acercado. Realmente, él había querido irse de la fiesta y no estar de cháchara. Dejó de fingir, de asentir, a una conversación que le era nula y ladeó el rostro, hacia el otro lado. Nada de disimulo. No había sido casualidad que, en ese instante, la viera solamente a ella.

No se había movido, mas lo hizo en ese segundo, que no había nadie a su alrededor. Sus ojos la siguieron. Unos minutos antes de haberse dirigido hacia su persona, se había fijado en su figura y en cómo el vestido blanco provocaba más palidez en su piel de porcelana. Aun así, no le restaba para él atractivo porque le entraba más curiosidad por saber que había oculto debajo.

¿No le había dicho que era muy curioso? Lo era.

La mancha en su escote resultaba ser un sitio estratégico para poder mirar con excusa y no sentirse como un sinvergüenza, pero creería que la dueña no simpatizaría con ello. Así que no bajó la mirada durante su... cómo podría definirlo, ¿su enésimo roce?

Era evidente que por más intentara ser amable con la señorita, esta no lo era con él, lo que se traducía a que no estaba a su favor. Cosa que le irritaba mucho. No obstante, no podía negar el placer que le provocaba el hacerlo. Nunca antes había sentido aquello. Ese impulso de espolearla. No era dado de su carácter el estar picando a la otra persona. Pero con ella, le salía esa vena. Era como si quisiera averiguar sus límites. O lo qué escondía. Un momento, frunció el ceño al atisbar algo que se había deslizado de la mano femenina, como un trozo de lino, al suelo.

No era tan ciego para no saber lo que había tirado. No había sido precisamente por un descuido que pudiera perdonar.

En el suelo yacía su pañuelo.

¿Tanto la había disgustado?

— Eddy.

¿No sé si le había gustado a él que lo hiciera? La señorita Madison desapareció de su visión, mas no lo hizo con ese regusto amargo que le había invadido.

¿Qué quería demostrarle?

— ¿Sí, querida?

— Le estaba hablando a lord Lobrough de que podíamos invitarle a él y a su mujer a cenar. Claro, contando con tu permiso, claro está.

No conocía mucho a Lobrough, pero no parecía mal hombre a simple vista. ¿Y su esposa? No llegaba a recordar su rostro. No cuando tenía otro en la cabeza. Intentó demostrarse a sí mismo que no le había afectado ese pequeño gesto y se obligó a reír, siendo gracioso, aunque quedó en el intento. Hasta él le sonó ineludiblemente falso. Chirriante.

— Sí, por supuesto. No contamos a menudo con la presencia de amigos, ¿le parece bien mañana mismo?

El resto de respuesta no lo oyó porque dicha inquietud no se fue como ella había hecho.

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora