Capítulo 9

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— ¿No podrías haber escogido otra mesa? — le preguntó nada más cuando se sentaron y el camarero anotó sus peticiones.

Su amiga Anne le respondió con una sonrisa socarrona mientras intentaba poner cara de no entender nada.

— ¿Por qué esta no? Es la que da a la ventana y podemos mirar sin sentirnos observadas. Relájate, no hay muchos caballeros a la vista. Además, nuestras carabinas están en otra. ¿Qué hay mal en esta mesa?

Iba a replicarle borde, pero mejor se calló. No tenía sentido en rebatirle cuando le diría otra excusa similar a la que había dicho. Aunque las dos habían desayunado en sus respectivos hogares, su amiga y ella fueron a una nueva cafetería, que había abierto hacía relativamente poco tiempo. A diferencias de otras que había ido, esta podía estar los caballeros y las damas en el mismo sitio. Claro, lo que estuvieran comprometidos o casados. Había otra sala exclusivamente para ellos, los que estaban disfrutando todavía de su soltería. ¡No iba a ser que se le pegara algo de su comportamiento desvergonzado!

— Cuéntame cómo te encuentras. Me dijiste en tu última carta que querías huir de casa porque tu madre se empecinó en que le dieras una oportunidad a lord Resford.

— Ah, ¿te había dicho eso? — movió la cucharilla de su taza de té en el liquido ambarino. Se le olvidó pedirlo con leche. No le gustaba sin leche —. He cambiado de opinión. No creo que sea mala idea.

— Pero no me dijiste que era un cerdo petulante entre otros adjetivos más que avergonzarían a un pobre samaritano.

— ¡Anne! — fingió estar escandalizada —. No hice tal cosa. Aun así, no creo que sea para tanto.

— ¿No lo es? — no la dejó contestar —. Tú, sabrás. Pero las dos sabemos que ese hombre se mira más que en su propio ombligo.

— He decidido darle una oportunidad. Es un paseo en Hyde Park, no nos entretendremos mucho en conversar.

— El silencio incómodo pesa más que una losa.

— ¿Podrías dejar ser tan quisquillosa?

— ¡Mil perdones! — no se veía arrepentida —. Prométeme que me lo contarás.

— Pensaba que no estarías interesada — inconsciente se tomó un sorbo de su taza, compuso una mueca. Quizás, echándole un par de terrones de azúcar suavizaría el sabor amargo de su bebida.

— Los inicios de un bonito amor siempre me van a interesar y, quién sabe, puede ser el tuyo, el próximo de una gran leyenda.

— Jajaja — sus ojos se dirigieron hacia otro lado, intentando averiguar lo que ocurría a su alrededor —. No creo que sería como el de Ginebra y Lancelot.

— Me acuerdo que tú tenías una predilección por el rey Arturo.

— Predilección producto de una agitada imaginación — su sonrisa se congeló cuando se percató de que enfrente de ellos, se iban a sentar unos nuevos "vecinos" de mesa —. Era una tontería.

Su amiga que no pasaba nada por alto, se fijó en la tensión que rodeó sus labios. La muy... no se cortó en girarse y abrir los ojos como platos. Sí, no era muy discreta en cuanto se refería a "echar un vistazo".

Cuando quiso darle una patada, que no pudo darle, ya fue demasiado tarde. Intentó calmarse tomándose otro sorbo pero le supo muy dulce. Puaj. Lo apartó, disgustada.

— No sabía que estuvieran juntos — le "susurró", pero fue un susurro alto.

— Anne — murmurró entre dientes, acaparando más de una mirada.

Se llevó una mano a la cara, avergonzada. Encima, cuando apartó los dedos de sus ojos, se topó con los de él. En vez de girar el rostro, lo miró con cara de pocos amigos.

— ¿Por qué te molestan?

Dio un respingo y agachó la mirada hacia la taza de té.

— Yo... — se sonrojó —. No me molestan; es inapropiado.

Ahí su grandiosa respuesta. A veces, era mejor estar callada. Al menos tuvo el detalle de bajar la voz. Su amiga chasqueó la lengua y se sentó correctamente.

— No lo es cuando ambos están de acuerdo en hacer pública su relación. Aunque me sorprende de lord Portier — se dio unos golpecitos en la barbilla —. En los últimos meses, no se le había visto el pelo. Era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Pero si nos ceñimos a la anterior temporada, que iba a Almack's u otro evento social, no se le había conocido por haber cortejado o pretendido a una dama. Se mantenía distante de ellas. Un baile, quizás. No más de uno.

— Lo normal en un caballero que no quiera un compromiso.

— Ya... pero pensaba que era raro.

— ¿Raro?

— Sí, ya me entiendes — no la entendió. Leyéndole el pensamiento, añadió: -. No todos a los hombres le gustan las mujeres; sino otro tipo de género.

Bry no pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran, escondiendo sus pecas bajo su sonrojo.

¿Posiblemente había estado ciega?

— Pero a la vista está que no lo es — tras decir eso, se quedó tan a gusto como un gato que se había engullido un delicioso ratón — ¿No te bebes tu té?

— Está frío.

Se contuvo en hacer una mueca. Aunque se esforzó por todos los medios en no mirarle de reojo, lo hizo. Sintiendo que podía caer de nuevo en una tela de araña peligrosa, cabeceó y decidió mirar por la ventana, creyéndose que estaba a salvo.

— Voy al tocador. Si quieres en un rato nos podemos ir.

Asintió sin girar la cabeza, agarroteándose el cuello por no querer mirarle. No calculó cuánto tiempo tardó su amiga en volver, pero cuando llegó, ya sus vecinos se habían ido. Por una parte, le produjo un enorme alivio; por otra parte... No quiso indagar más en ello. Su cuello también se lo agradeció.

Iba a pagar cuando el camarero vino a recoger las cosas y cayó una especie de papel de su mano.

— Sir, se le ha caído algo.

Menos mal que Anne estaba en su mundo, que no se dio cuenta de ello.

Siguiendo un impulso, abrió el trozo de papel bien doblado, no sin antes, de notar su pulso acelerado.

¡Qué absurdo!

Nada más abrirlo quiso no hacerlo.

¡¿Qué...?!

Sus mejillas hicieron una fogata.

No podía ser.

Pero no habían más letras escritas; no eran otras que esas, que había en ese trozo de papel.

Me pregunto, señorita desconocida, qué ofensa le he causado para herir su sensibilidad y mirarme como el mal personificado. Espero que en la próxima ocasión que nos veamos, me lo pueda decir.

— Bry...

— Ya voy — dobló el papel y lo escondió, afortunadamente Anne se había adelantado por lo que no fue testigo de reacción y de la dichosa nota.

Si lo llegara a saber, lo que podría haber montado en un nanosegundo.

Mejor no era arriesgarse.

Espero que en la próxima ocasión que nos veamos, me lo pueda decir.

¿En dónde se había metido?

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora