Capítulo 23

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¡Hasta el próximo capítulo!

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— ¿Cómo lo sabré? ¿Cómo voy a saber que no la amas, ni harás una locura? — se acordó de algo que dijo la señora Savage —. ¿Qué hiciste, Edward? ¿Qué cosa tan fea hiciste?

Hizo una mueca.

— Te pedí tiempo... — dijo resignado y dolido porque la iba a perder sin haber tenido una oportunidad.

— ¿Más tiempo? Ha venido tu antigua amante a la boda, ¿qué quieres que piense? Luego suelta todas esas cosas sin sentido. No sé... dímelo tú, ¿cuál es la verdad? ¿cuál es, Edward? ¿Por qué no está tu prima precisamente cuando eras uña y carne? Aunque tú no me conocieras, yo me fijé la relación estrecha que tenías con ella.

— Lo siento — iba a alzar las manos para cubrir sus hombros, pero ella se alejó de nuevo —. ¿Quieres saberlo y odiarme?

Se topó con la mirada de su esposa, peligrosamente brillante.

— ¿Por qué iba a hacerlo?

Porque él lo hacía. Sin darle oportunidad a que retrocediera o se alejara de él, la atrajo hacia su cuerpo y soltó con el veneno que corría por sus venas, por el dolor, por el temor y las ganas de que esa oportunidad con ella había volado lejos de ellos.

— Porque drogué y secuestré a mi prima y le hice creer a su marido que estaba con otro hombre, desnuda y drogada, siéndole infiel

***

Se oyó un suspiro. Más de uno de lo que llevaba en la tarde. Meditabunda acarició los pétalos de las flores, que había a su alrededor. Sus recuerdos fueron a esa tarde que... supo la verdad, ese secreto que había tenido oculto hasta que él se lo contó, en propia persona, con la rabia contenida porque si no hubiera estado su antigua amante en la casa, no se hubiera visto propiciado a ello. En verdad, fue porque ella le preguntó.

¿No se decía que la curiosidad mató al gato?

Ojalá no le hubiera preguntado. Ojalá hubiera podido controlar sus emociones. Más de una vez, su madre le dijo que era un libro abierto. Así era y así fue. Su rostro mudó del horror y del desosiego. Lo que provocó que se alejara de ella herido y solo musitara.

— Me disculparé con los invitados. Nos iremos ahora mismo. 

No hubo más palabras entre ellos, solo una distancia abismal, que cada día que pasaba se agrandaba más. Ella no sabía qué pensar sobre ello. Porque no podía evitar sentirse horrorizada por lo que hizo. No estuvo bien. Y lo peor era que no sabía cuánto su esposo había amado a su prima para haber hecho esa atrocidad y si de ese amor había rescoldos. 

De eso, hacía una semana. Siete días, en los cuales su esposo la evitó, a propósito, y ella no pudo hacer nada porque la cobardía o el miedo de saber más, la paralizaba. ¿Qué podía hacer? ¿Por qué de repente todo había cambiado? ¿Cómo se podía retroceder para que el daño causado no hubiera sido tan grande que aún persistía en ellos? ¿Cómo podía hacer para perdonarlo y querer recuperar esos momentos compartidos? Porque todavía lo amaba, tanto que le dolía. 

Estaba en una encrucijada. 

—  Cuando me pediste quedar, no pensé que estarías ausente.

—  Lo siento — miró a Anne y luego miró las flores. Había quedado en la floristería, donde tiempo atrás se tropezó con Portier —. Quería salir de la casa para...

—  ¿Estás teniendo problemas con tu esposo? 

La pregunta la escocía, aunque tuviera parte de verdad en ella.

—  No era como lo había soñado — chasqueó la lengua al escucharse —. No me hagas caso. No quiero entretenerte con mis tonterías. 

—  Soy toda oídos, Bry, y me tienes para lo que quieras. Si necesitas venir a mi casa, vente. Haré lo que pueda para que mi madre no esté presente.

—  Gracias — contuvo a rayas las lágrimas, ¿por qué tenía que ser tan complicado —. Créeme, son tonterías.

Deseó más que nunca que lo fueran.

— ¡Qué coincidencia encontrarla! — una voz se alzó por encima de sus cabezas, sorprendiéndolas. 

—  ¿Cómo dice? — preguntó ceñuda Bry al ver que tenía delante un caballero muy elegante con una sonrisa encantadora. Iba acompañado por otro señor, más mayor que el otro, y con la mirada entrecerrada.

—  Me hiere al no reconocerme — Anne estaba muda y miró a su amiga, que esta no tenía idea de lo que estaba pasando —. Nos vimos en la fiesta de disfraces. Usted estaba...

Bryanne se acordó y sus mejillas se sonrojaron.

— Sí, ya me acuerdo — interrumpiéndole adrede.

—  Mis disculpas, fui un maleducado. 

— Se las acepto. Mi amiga y yo nos íbamos ir ya. Buenas tardes— giró tan bruscamente que no calculó bien y se hizo daño en el pie. Menos mal que pudo sujetarse del brazo de su amiga Anne para no caerse estrepitosamente en el suelo. 

— ¿Estás bien?

Iba a decirle que sí cuando al dar un paso, vio las estrellas.

—  Estoy bien — dijo con un hilo de voz —. Vámonos.

—  Bry, estás llorando. 

¿Qué? No era consciente. Quería aguantar las punzadas del dolor, pero no podía. ¡Era insoportable! 

— ¿Qué ha pasado?

—  No ha pasado nada — pero él la ignoró.

—  Señor, su padre se enfadará como lleguemos una vez más tarde.

—  La reunión con mi padre es secundario, Bert.  Lo entenderá— Bert no estaba muy conforme con el cambio de planes.

Sin pedírselo, se vio alzada por unos brazos, avergonzándola.

— ¡Bájame, por favor! No es nada.

—  Me temo, señorita, que su amiga y yo no pensamos igual. Mi casa está cerca de aquí. Podemos llamar un médico.

—  Nooo. No puedo ir a su casa y suéltame, por favor —  otra vez le hizo caso omiso. 

Sintió moverse. Antes de desmayarse por el colapso de sus emociones, dijo:

—  Avisad a Edward, por favor.

— ¿Quién es Edward?

No tuvo respuesta por parte de la joven porque se desmayó. 






Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora