Capítulo 30

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Aunque los siguientes días fueron los más maravillosos para el matrimonio Portier, Bry necesitaba hacer una cosa muy especial para su marido. No deseaba que fuera un objeto, como una pluma de la mejor calidad que podía haber en una tienda, una corbata o un par de gemelos porque lo consideraba banal y no era tan importante como lo pudiera ser con un gesto hacia la persona amada. Quería hacer algo por él que significara mucho y le cambiara la vida. Una podía pensar en dar un toque más de picardía en su vida marital, aunque esto último ya lo era. No había noche o parte del día que estuvieran con las manos quietas. Sonrojada, desechó la idea, aunque no lo descartaría en un futuro cuando quisiera sorprenderlo con alguna idea más atrevida. No, no iba a por ese camino.

¿Qué podría hacerle para que fuera memorable y especial?, se preguntó por enésima vez. Anne que tenía más imaginación que ella no le podía echar una mano en ese momento porque estaba fuera de la ciudad, estando en el campo. Podía enviarle una carta, pero tardaría en llegar su respuesta.

Estuvo pensativa un buen rato cuando le vino una idea. Mientras que su marido estaba en el club, podía hacer unas pesquisas sin que este se enterara. ¿No lo había dicho? Pretendía que fuera una sorpresa. Como un regalo con el cual le enseñara lo que significaba su persona en su vida, que se preocupaba y haría cualquier cosa por él, incluso hacerle feliz. Aunque él no había dado señales que fuera lo contrario porque se lo había demostrado durante los siguientes días tras haber hecho el amor, siendo más extrovertido y genuino con ella.

¿Y si se enfadaba por no habérselo consultado?, azotándole un ramalazo de duda.

Esperaba que no, solo el tiempo le daría la respuesta.

***

— Bry, te vas a caer como sigas así. Puedo poner las manos yo mismo — dado que sus alturas no eran iguales.

— Harías trampa en descubrir mi sorpresa — chasqueó la lengua mientras hacía malabarismos para no apartar sus manos, que hacían de venda, de sus ojos y caerse tropezando con sus pies o los de su marido —. Shhh, que me desconciertas.

— Podrías haberme dado la sorpresa en el lecho.

— ¡Edward! — sintió su choque en su espalda, ya que la había distraído —. Para. Tomátelo en serio, por favor.

— Está bien, me comportaré.

Bry se aguardó una sonrisa.

— Ya hemos llegado. Por favor, no te enfades conmigo.

— ¿Por qué tendría que estarlo?

Aunque no la veía, se encogió de hombros.

— No lo sé. Es una sorpresa. No abres los ojos hasta que abra la puerta y estés dentro.

— Podré hacerlo. Vamos, Bryonny, me muero de la curiosidad.

— Espero que el gato no se muera por ello — dijo por lo bajo, se dirigió hacia las dobles puertas de la biblioteca y las abrió —. Bien, puedes abrirlos.

Edward pestañeó hasta acostumbrarse a la luz del ambiente. La biblioteca parecía desierta, lo que le extrañó que estuviera ahí "la sorpresa".

— Bry...

— Está dentro — se mordió el labio.

El caso de que no lo hubiera visto, era porque no había puesto atención en ello. Además, la persona que lo esperaba estaba escondida en el sillón, a espalda de la puerta. Cuando se puso en pie nada más oírlos, Edward lo vio.

— Hola, Edward.

Quien fue su amigo de la vida, estaba enfrente de él. 

Sin rencores.

Oliver Quinn.

Parecía ser que aquello había sido orquestado por su esposa. No la vio cuando echó un vistazo por encima de su hombro. Había desaparecido. Perplejo, su atención volvió hacia él.

— Oliver, ¿qué haces aquí?

— Bueno, creo que lo intuyes. No estaría sino fuera porque una persona más llegada a ti no me lo hubiera pedido.

— Esto... no sé qué decir.

— ¿Si nos sentamos mientras tomamos un refrigerio? Tu esposa lo ha preparado todo.

En el escritorio había una bandeja con la tetera y dos tazas colocadas.

— ¿Cuánto hace que no nos sentábamos para conversar? — preguntó Oliver en otro intento de romper el hielo.

— Mucho diría — levantó su mirada hacia él —. Por mi culpa, de hecho. No fui un buen amigo, Oliver, no siendo sincero contigo, sobre todo respecto mis sentimientos hacia Sophie.

— No negaré que fuiste un cabrón en todos los aspectos. En más de una ocasión confiaba en que te dieras cuenta de que habías tomado unos hábitos dañinos. Me hiciste daño; no solo a mí, sino a Sophie. Luego, lo volviste hacer.

Edward asintió conforme escuchaba sus pecados.

— ¿Cómo te enteraste de mi cometido?

— Mi esposa escuchó a lord Plumfield pavonearse y fanfarronear de la hazaña que iba a hacer. Fue estúpido y torpe de su parte.

— Gracias a ello, la salvaste de mí de una atrocidad peor.

— Es pasado, Edward. Creo que si no fuera porque tu esposa me visitara y me dijera que merecías una oportunidad, no lo creería.

— ¿De verdad?

— Cuando una persona ama — el corazón de Edward se le paró al oírlo — a la otra, haría cualquier cosa que mereciera la pena para hacerla feliz, pese a los defectos que pueda tener esta persona. Eso, puede ser un o mil defectos. Me demostró cuando me lo explicó que Edward, el que había conocido como el soñador, el risueño o el amable prevalecen todavía en ti.

— No soy todo eso, Oliver.

— ¿Y qué? Lo eres; con tus luces y sombras. Como yo, o cualquier otra persona. ¿Por qué no volver a ser amigos?

— Entonces, ¿me perdonas?

— ¿Lo has hecho, tú, amigo? Porque yo sí lo he hecho.

No contestó rápidamente porque nunca se lo había preguntado hasta ese instante que tenía su amigo enfrente de él.

¿Se perdonaba él?

No lo sabía. Perdido y sintiéndose, de repente, desnudo y angustiado.

 Como si le hubiera leído el pensamiento, Oliver se levantó y puso una mano en su hombro, para darle un poco de apoyo.

— No debes exigirte mucho, Edward. Eres humano. Amaste de forma equivocada, y no de la mejor manera. Ahora, que te has casado, ¿crees que harías lo mismo hacia tu esposa?

— Me arrancaría el corazón antes de que le hiciera daño — respondió sin dudarlo, con la voz rota por las emociones que lo azotaban. 

— Entonces, amigo mío, tú mismo te has respondido. Aprender de los errores significa rectificar de lo errado;  también, perdonarse. Aunque no te hayas dado cuenta de ello, lo has hecho. 

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora