Epílogo

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Eran los pocos días que uno podía disfrutar de una buena mañana sin que esta se empañara por las temibles nubes que daban lugar a la lluvia. Por eso mismo, Edward y Bry decidieron de pasar parte del día en Hyde Park, aunque fuera un rato. Ahí, estaban, en un lugar del parque, tumbados encima de un mantel que habían colocado para ese fin y dándoles la sombra tímidamente las ramas de los árboles.

Bry no se movió un ápice, ni lo haría si una persona, por todo el oro del mundo, se lo pidiera. Estaba tan cómoda, apoyada en el torso de su marido, relajada. Tampoco, le importaba que los paseantes que habían en el parque los pudiera ver de esa forma. Hasta se había quitado el sombrero, arriesgándose en ganarse más de una peca o dos. No tenía miedo que una brizna de viento se lo arrebatara porque Edward lo tenía sujeto con su mano. A diferencia de la otra vez, esta vez se había comportado como un caballero, haciéndole el favor de cuidárselo. Al pensar en ello, se le creó una sonrisa en los labios que su esposo se percató.

- ¿Estás teniendo un sueño bonito?

Le había dicho no hacía mucho que gracias a él sus sueños se habían cumplido.

- Más o menos. Estoy recordando cuando te vi aquí y no prestaste atención a mi urgencia.

- Ah, sí, el pobre sombrero - Bry abrió los ojos, topándose con los de él -, el que según tú no recogí, siendo un maleducado contigo.

- Lo fuiste - se contuvo en sonreírle -. Aun así, te perdoné por tu falta de consideración.

- Gracias a Dios porque no quería que tu enfado perdurase - se hizo la tonta y él le tocó su naricilla en un toque juguetón -. ¿Qué sería de mí si mi hermosa dama no me hubiera dirigido la palabra?

- Serías un hombre gruñón y un cascarrabias, a quién no le gustaría que los niños se le acercaran y lo molestasen.

- Vaya, vaya, querida. Por fortuna tuya, te diré que no soy ningún cascarrabias y me encantan los niños.

- Pues querido - atrapando sus dedos con los suyos, llevándoselos a los labios, los mantuvo así antes de apartarlos y decirle -, pronto tendrás a uno con el que lidiar, jugar, aguantar sus berridos, educar y amar.

- ¿Me estás diciendo...?

Bry se rio cuando acabó tumbada literal en el mantel sin el apoyo de su marido que se cernió sobre ella, colocando sus manos en ambos lados de su cabeza.

- ¿Qué serás papá? Sí, eso estaba diciéndote.

- Dios mío - sus ojos se deslizaron hacia abajo, pero no se veía aún las señales de su nuevo estado -. Vamos a ser padres.

- Sí, ¿no te hace ilusión?

- Creo que sería un estúpido, si no te demuestro cuánto lo estoy - se inclinó sobre ella, a punto de besarla -. Mi Bryonny, mi sirena, que me rescataste y me has salvado del infierno que estaba. Ahora, me regalas la dicha de ser padre.

- No me des todo el mérito, Edward. Aunque no lo creas, tú también, pusiste de tu parte- entrelazando sus manos en el cuello, tocando sus mechones de su nuca.

- Solo que necesitaba tu luz y tu amor, Bry, para poder hacerlo.

No pudo responderle porque él se encargó de que estuviera bien ocupada. No se percató ninguno de los dos de que el sombrero voló lejos de ellos, hacia lo más alto del cielo, perdiéndose entre las nubes blancas y esponjosas.

***

Tampoco, se fijaron que una de las personas que estaban allí, en ese momento, había sido testigo de dicha escena romántica, haciendo que se apartara y se fuera alejándose cada vez más. No tuvo un pensamiento de maldad sobre ellos. Estaba tan hastiada de la vida misma que le daba pereza pensar malignamente. Solo que el vacío que sentía por dentro fue mayor e insoportable.

A veces, por más que uno podía pensar que estaba mejor solo, recordar tiempos mejores, hacía que el presente fuera un triste camino que todavía tenía que recorrer. Eso era una realidad que no se lo deseaba ni hasta el peor de su enemigo.

La soledad podía llegar a ser un frío compañero y un amante ausente.

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora