Capítulo 18

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¿Cómo podía ser que un beso la abrasara y se le encogiera el estómago, como si le diera la impresión de caerse, de un segundo para otro, pero no se caía?

Algo era, para que se sintiera mareada y necesitada, para que lo que percibiera a su alrededor fuera más que sensaciones y el empuje de sus labios contra los suyos, teniendo la clara intención de entrar en ella sin que pusiera resistencia alguna. Así fue, no puso resistencia, permitiendo su entrada y el vorágine que eso aconteció. No fue consciente de que gimió y que él profundizara más su ataque, acicateado por su respuesta, ardiendo en ella.

En un momento dado, no supo con claridad, la llevó hasta... que su espalda dio con una pared. No tuvo conciencia de ello. Solo que no quería que aquello acabara. Sus labios estuvieron desnudos por unos segundos cuando sus pulmones se lo gritaron. Aun así, como si les hubiera dejado con ganas de más, más imperioso que antes, sus bocas se volvieron a unir. Sin embargo, se acabó antes de lo esperado.

— Viene alguien.

Ella quiso decirle que no le importaba, que la siguiera besando.

— No te vayas.

Sintió su sonrisa en su mejilla encendida antes de que le depositara un beso, un latigazo a su sensibilidad, ahí mismo. Notó que suspiraba y le decía.

— Nos veremos pronto, si tú lo deseas, también.

— Pero...

Con un mar de preguntas y con un hormigueo por todo el cuerpo, lo sintió irse. Ella, ahí, en la oscuridad con el amago de la luz de la luna que se metía en la habitación, se sintió más sola. Se oyó la puerta de un punto dado cerrarse. Ahora, se sentía como si le hubiera quitado la Navidad.

Una vocecita le recordó que era lo mismo que le hacía a él siempre que se encontraban. Bien merecido se lo tenía.

No era justo.

Como si ya no hubiera más razón con el fin de permanecer ahí, se echó a caminar guiándose por el rayo de luz y justo cuando iba a abrir la puerta, alguien entró, trayendo consigo una lámpara de gas para iluminar el sitio. Dándole de pleno a ella. Tuvo que apartar la vista.

Bry, frustrada, le espetó con malos modos.

— Baje eso; está demasiado cerca y me enciega.

El que iba disfrazado de caballero con peluca blanca no se disculpó.

— ¿Qué hace aquí? Usted no debería estar aquí.

— ¿Quién lo dice se puede saber? — por culpa de ese hombre, Portier se había ido —. Mira no me importa. Ya me iba.

— Disculpe, le puedo preguntar qué estaba haciendo.

— ¿Me deja marchar o no?

La sonrisa socarrona que se dibujó en los labios masculinos la encrespó

— Claro como la dama lo desee.

Le hizo una reverencia ante su marcha, que ella le resultó pretenciosa y burlona. Se fue más enfadada y buscó a sus padres para irse de allí. No se dio la vuelta cuando el susodicho, que tenía menos parecido a un caballero en cuanto a modales se trataban, la llamó por que se le había olvidado algo. En medio del camino, se dio cuenta de lo que le faltaba.

La peluca.

Puso los ojos en blanco y le dio poca importancia. Seguía muy enfadada.

***

Esperó a que llegara el carruaje. Sus padres seguían en la fiesta, pero le permitió que regresara a casa, sola. Tampoco había encontrado a Anne por ningún lado desde que se internó nuevamente por el salón de baile. Se apoyó en el muro de piedra mientras observaba a la luna que estaba en lo alto del cielo oscuro. Envidió que fuera tan bella como misteriosa.

— ¿No te han pillado?

Dio un respingo y lord Portier estaba ahí, con un codo apoyado en la superficie. Su corazón dio un brinco, y recordando su enfado, le dio con el bolso. Le dio igual lo atractivo que estaba con su disfraz de bandolero, que pudo vislumbrar bajo su capa y la pañoleta que llevaba en la cabeza.

— ¿Pero qué...? — atrapó el asa y la atrajo hacia él —. ¿Por qué me golpea?

— ¿Por qué se fue? — le replicó con la barbilla alzada.

— Venía alguien — eso era obvio —. Si te hubiera visto junto conmigo, no creo que te hubiera ido bien.

Oh, eso hubiera significado una posible boda. ¿Se hubiera hecho responsable de tal acto? No pudo evitar sonrojarse.

— No pensé que eras un cobarde — aún con la sangre ardiendo por sus venas.

Él abrió la boca y la cerró, aunque la mirada de él brilló.

— ¿Me lo dices tú?

— Sí, lo digo yo.

— Lamentablemente, me tendré que retirar en esta ocasión también. Tenemos una conversación pendiente entre tú y yo— el sonido de los cascos de los caballos estaba sonando más cerca de ellos —. Qué pase una buena noche y sueñe con los angelitos, mi bella damisela.

¿Cómo iba a soñarlos cuando había sentido sus besos?

Cuando le quiso a replicar, pensando en ello, él le robó un beso de sus labios, dejándolos a ambos jadeantes.

Edward se acordó de portarse correctamente. Tenía que hacerlo, por el bien de ella.

— Y conmigo si es posible — no pudo evitar añadir —. Buenas noches.

Lo observó, yéndose hacia el otro lado de la calle, con su capa ondeando  sobre su persona, cada vez más lejana.

— Portier — susurró su nombre con los labios sensibles.

Quiso meter la cabeza bajo tierra cuando su mente le echó en cara lo que había hecho. Se había comportado de una manera desvergonzada.

¿Qué había hecho?

Lo que su corazón había querido desde la primera vez que lo vio.

— Señorita, ¿se encuentra bien?

— Sí, Travis — le dijo al cochero de la familia —. Llévame a casa, por favor. Luego, recoge a mis padres.

— Sí, señorita — le echó un último vistazo al caballero, que seguía caminando, antes de adentrarse en el vehículo.

Tuvo una extraña sensación. Como una señal o una advertencia.

Era tan misterioso... como la luna. 

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora