Miénteme © #4 Saga Matrimonios

Un trocito (transitorio)

(Vamos poco a poco)

😘😘😘😘😘

Henrietta se metió en la cama, una vez que su doncella la había ayudado a desvestirse. En el lecho había otro ocupante. Su marido, que llevaba los anteojos puestos, estaba leyendo un libro. No era de esos matrimonios que dormían en camas separadas. Aunque no se estaba mal tener una cama para así sola.

— Buenas noches, Andrew.

Iba a apagar su vela que tenía en la mesita de noche, cuando lo oyó carraspear y cerrar el libro que supuestamente estaba leyendo. No pudo ignorarlo.

— ¿No has notado a Bry extraña?

— ¿Por qué lo preguntas? — se giró hacia él, sentado con la espalda erguida —. ¿Te ha comentado algo de nuestra salida de compras?

— No. No me ha dicho nada, pero sus ojos estaban especialmente rojos. Como si hubiera aguantado las ganas de llorar. Disimuló cuando llegó a la casa y me vio en el pasillo.

— ¡Oh, no! ¿Quién ha sido el estúpido de haber hecho llorar a nuestra niña? — aporreó fuertemente la colcha.

— No digas palabrotas, querida.

— Solo me escuchas tú — le dijo con bastante obviedad—. Además, no creo que se merezca menos el quien haya sido el causante del llanto de nuestra hija.

Iba a salir de la alcoba para buscarla cuando se topó con un obstáculo, miró la mano de Andrew y tiró de él, encontrándose de pronto en sus brazos.

— Déjala. ¿No crees que la has estado agobiando con el asunto de lord Resford?

— ¿Habré sido una pesada?

Mas no temió su respuesta, asintió precavido mientras le enviaba una mirada tierna. Le depositó un beso en su hombro, cubierto por el camisón.

— Hoy cuando ha recibido la invitación del caballero para dar un paseo a caballo, se me ha ido el santo a la cabeza. Pensé que ella estaría igual de ilusionada.

— No estamos contando con sus sentimientos, Nettie.

— Oh, Andrew. Me siento tan mal... no quiero que llore por mi culpa.

Antes de que ella se pusiera a llorar también, dado su carácter, cambió de táctica.

— Vamos a acostarnos ya. Le daremos su espacio, ¿de acuerdo?

Asintió con un puchero, que el hombre no pudo resistirse y la besó hasta oírla suspirar. El acostarse lo dejarían para otro momento.