Capítulo 17 (mini)

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La fiesta de disfraces, organizada por nada menos que el duque Werrington que ofrecía generosamente a sus invitados, era el evento más esperado ya que no había restricciones en la entrada. Solo con un buen disfraz y... ¡voilá! Podías considerarte invitado y entrar en la mansión y regodearte con la nobleza misma si que esta supiera si era burgués o de un origen más humilde.

Además, mas de uno de los presentes entraba precisamente para cotillear sobre la vida de los anfitriones ya que hacía muchos años que no se había oído de ningún escándalo protagonizado por ellos mismos. Era verdad que los hijos del duque y la duquesa estaban mayores, en la edad de casarse, aunque aún no se sabía quiénes serían los candidatos o candidatas para ingresar y ser aceptada por la familia Werrington. Pero eso sería otra historia para contar aparte.

Ahora los protagonistas eran los presentes, disfrazados para disfrutar de la fiesta.

¡Qué diera comienzo a la diversión!

***

— ¿Me parece increíble lo que quieres hacer?

Casi no la oyó porque la música estaba en su apogeo y ellas, las únicas que no participaban en la cuadrilla, estaban en lo suyo, buscando a alguien.

— ¿Cómo sabremos que sea él y no otro? Si todos parecen iguales.

Aunque los hombres estaban disfrazados de diferentes personajes, con las máscaras era imposible de distinguirlos. Era más complicado que buscar una aguja en un pajar.

— Tienes razón. Ha sido una locura pasajera. No debiste hacerme caso — incluso la peluca que llevaba encima le picaba.

Se había puesto una distinta a su color de pelo para que nadie la reconociera. Contradictorio si quería hacerse notar por cierta persona que había querido encontrar. ¿Una locura, había dicho? Sin duda alguna lo era. ¿En qué pensamiento era racional atraer al caballero que estaba huyendo? Un auténtico delirio que la había dominado. Además, hacía días que no lo había visto. ¿Qué podía esperar?

Nada.

— No todos los días, mi amiga se interesa por alguien — dijo Anne, atrayéndola hacia la realidad.

La aludida puso los ojos en blanco y le sonrió.

— Gracias por no juzgarme.

— Para eso, estamos las amigas, Bry.

— Anda y disfruta — la empujó hacia el centro del baile.

— ¿No te sentirás mal quedándote sola?

Negó con la cabeza y le envío una mirada, insistiéndole a que siguiera su propio camino. Un segundo después, se vio rodeada de gente disfrazada de cualquier tipo. Pastorcillas adorables; dioses del Olimpo, reyes de otras épocas, guerreros, damiselas y hasta frutas. Una oda a la imaginación de cualquiera mientras que ella se había puesto un vestido de color negro como el de su peluca. ¿El mejor disfraz era el ser una viuda? No lo creía. No tenía mucha imaginación.

— Señora, ¿me permite este baile? — su corazón saltó porque no esperó que nadie la sacaría a bailar, pero su corazón se desilusionó al latido que vino cuando descubrió que tras ese antifaz no era la mirada que hubiera soñado.

— Sí.

No se había percatado de que la orquesta había empezado a tocar otra pieza musical. Gracias a ese baile, su mente se desentendió y no estuvo tan desanimada. Casi, porque su ánimo no se elevó como quiso.

Al tercer baile que le pidieron, lo rechazó conque necesitaba un descanso. Se había cansado muy pronto, pero no en el sentido físico. Como si la diversión para ella, se hubiera esfumado de un solo plumazo, paseó por el salón y luego, fue hacia la planta de arriba. Consideró que era un buen lugar ir al tocador a refrescar su rostro. El ambiente estaba cargado y no estaría de mal relajarse un momento. Cuando creyó que había entrado a la habitación habilitada para el descanso o el retoque del maquillaje de las damas, se topó con la oscuridad. Iba a darse la vuelta, pero no se esperó, toparse con un muro por el camino. Aunque no era un muro como tal. Era de carne y hueso por lo que palparon sus manos. La calidez que emanaba de ese muro, la alcanzó.

Avergonzada, retrocedió.

— Perdón, no le he visto.

Se hubiera escabullido rápido, si no fuera porque una fuerza invisible la atrajo hacia él.

¿Qué?

— No me parece gracioso, déjeme ir — iba a ponerse a gritar cuando trató de apartarlo.

— A mí tampoco me parece una situación irrisoria, señorita Madison — se quedó paralizada al reconocerlo por su voz ronca —. Buscando y buscando, la encontré.

No pudo replicarle porque sintió el tacto de sus dedos en la mejilla, tanteando al principio, para luego, con más seguridad, cobijarla y sentir el rozamiento de sus labios en su piel. Sus entrañas se encogieron. 

— Por nada del mundo la dejaré escapar.

Su voz como brisa cálida la calentó. Notó que el corazón se le iba a salir del pecho cuando sus labios tocaron los suyos, atrapándola en su tela de araña, irremediablemente perdida en su telar. 

Miénteme © #4 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora