Capítulo 6

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Aquella conversación la había dejado con sentimientos indescriptibles. Literalmente imposibles de explicar.

Acostada en la cama, Mariana continuaba observando la foto de su ex. Le hacía zoom a cada detalle: su sonrisa; sus ojos; la expresión de sus cejas; el cuello; la barba a medio afeitar; el pelo. Pensaba que era hermoso y luego le gritaba algún insulto a la pantalla; forro era su favorito. 

¿Cómo una persona podía ser tan linda  y tan dañina a la vez?

 ¿Cómo podía estar reconociéndose a sí misma que le parecía el ser más bello del mundo? Debía ser más inteligente, dejar atrás ese instante; hacer de cuenta que la conversación nunca había sucedido y menos que había conocido el físico actual de Juan Pedro.

Pero estaba hecha un desastre. Escribir su nombre para una noticia había abierto una puerta que quería mantener cerrada por siempre; verlo había arrancado aquella abertura con tablas de madera para dejar en su lugar un pase directo. Un hueco con la altura del cuerpo de Juan Pedro. Sabía que si no se controlaba iba a perderse en sus pensamientos. 

Aquel dolor que cargaba desde hacía meses se opacaba por la imagen de su ex novio. Es decir, la angustia existía e incluso lo sabía por como le punzaba la cabeza de tanto llorar o por el vacío que sentía en su pecho; pero verlo le transmitía una especie de calma a la que había estado acostumbrada por años. Lo miraba como si su vida dependiera de aquel rostro; como si pudiera volver a caer por él.

Se entendía muy poco en ese momento. Se repetía a sí misma que nada que pudiera venir de Juan Pedro era bueno para ella;  él había avanzado, estaba en pareja, ya no la quería. ¿Pero qué hacía con todo lo que la foto le estaba despertando? 


Los buenos sentimientos que tenía por su ex estaban en su cuerpo tan - o más- vivos como los malos. Estaba destrozada, pero la idea de volver con él en algún futuro la entusiasmaba; lo odiaba y a la vez era la persona que más amaba en el mundo; por un lado se sentía estúpida por no poder superarlo y por otro, creía que aquello era señal de cuán indestructible era su amor.

Era una bola de sentimientos mezclados entre sí. Entrelazados al punto de volverla loca.

Lo extrañaba con locura y hasta con más intensidad de lo que se había permitido sentir. Verlo la estremecía, le erizaba la piel. Tantas veces lo había contemplado mientras dormía; tantas otras había besado aquella boca y cuántas miradas de aquellos ojos le habían calado los huesos.
Pero nuevamente su consciencia le remarcaba que era su ex. La persona en la que más  había confiado y finalmente, había optado por destrozarla. No la había cuidado en lo más mínimo desde que dejaron de ser pareja y aquel sentimiento de odio era lo que motivaba todos los otros. Nuevamente, la parte racional le recordó que minutos antes había tenido el descaro de hablarle.  "No tiene responsabilidad afectiva", le susurraban al oído sus ideas coherentes.

Odiaba su vida en ese momento. Odiaba ser ella. Estaba entre la espada de la ilusión y estupidez, y la pared de la cordura. Debía mantener la misma postura que había adquirido durante la conversación, tenía que mantenerse alejada de él; sobretodo de los recuerdos buenos.

Juan Pedro no podía saber todo lo que le estaba haciendo sentir por solo mirar una simple fotografía. No tenía derecho a conocer nuevamente sus miedos. Por eso había decidido no mandarle aquel extenso mensaje. 

"Es un forro que solamente jugó con vos", se dijo a si misma justo antes de levantarse de la cama y tirar el celular lo más lejos posible. Se limpió las lagrimas y se dirigió a vaciar el cenicero. Era hora de finalizar el día menos pensado de todos. 

Pero en el instante en el que volvió a recostarse, reconoció que Juan Pedro era su debilidad y siempre lo había sido.  Siempre lo iba a ser.

Mientras con una parte de su cerebro maldecía el hecho de haberlo conocido alguna vez, con otra no paraba de realizar conjeturas e inventar universos alternativos dónde aún estaban juntos. O bien, realidades dónde él le había hablado sólo para molestarla y restregarle nuevamente en la cara que estaba en pareja.

Estaba atravesando un estado emocional que nunca había conocido. Amaba y odiaba a la misma persona a la vez. ¿Qué debía hacer en aquel momento? ¿Qué le dirían sus amigas si veían como esbozaba una tímida sonrisa ante la idea de volverlo a ver?

La cama se había transformado en una pista de baile de la cantidad de vueltas que daba para poder conciliar el sueño. Giraba para un lado, luego para el otro; se tapaba la cara con la almohada y hasta se acostaba con la cabeza donde iban sus pies.  Se había convertido en una catástrofe que iba a acabar solo y con ella misma.

Tenía claro que Juan Pedro ya no era aquel chico de dieciséis años del que se había enamorado. Tampoco aquel que había sido su novio. Era alguien a quién le temía y de quién debía cuidarse.

Sin embargo, no podía borrar de su memoria la nueva imagen. Quería tener a ese Juan Pedro en su vida, con aquel corte de pelo y siendo tan profesional. Deseaba con todo su ser darle un abrazo, conversar con él sobre el futuro de los medios de comunicación, destapar una cerveza y terminar desarmando la cama.

Se refregó los ojos con las palmas de las manos, como si aquello fuera a eliminar por completo los pensamientos que estaba teniendo. ¿Qué era lo que le estaba sucediendo? ¿Cómo podía haber desaparecido por completo el enojo?

Con movimientos pesados, se levantó a buscar el celular nuevamente. Tenía que releer aquella conversación para volver a odiarlo. Debía convencerse de que manejaba todo a su antojo.

Pero sucedió todo lo contrario. 



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