Capítulo 44

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La aguja del velocímetro cada vez se inclinaba más hacia la derecha, marcando números más altos de lo que permitía la avenida porteña. El sonido de su moto esquivando vehículos era lo único que podía oír, pese a que el aire estaba cargado de bocinazos y a que un grito desgarrador se desprendía de su garganta.

-¡ expresó aferrándose aún más al acelerador, rompiendo sus cuerdas vocales en dos.

Sentía como el aire chocaba contra su cuerpo, envolviendolo en una presión intensa y vertiginosa, haciéndole comprender que dejaba su vida en manos del destino. Su cuerpo se fundía con el rodado como si hubiera estado esperando este instante desde siempre y lo obligaba a seguir por la calle en dirección al azar. El pavimento parecía estar hecho del mismo material que las cintas para hacer ejercicio: desaparecía con rapidez bajo las ruedas de su moto, y los edificios se esfumaban a medida que los dejaba atrás.

Mientras continuaba esquivando vehículos y pasando semáforos en rojo, las lágrimas empapaban su rostro. Una sonrisa cargada de angustia se dibujó en sus finos labios y quiso comenzar a reír. Estaba asqueado de su persona y no comprendía cómo podía ser tan desagradecido, estúpido y miserable. Tal vez se estaba volviendo loco, o bien era el alcohol haciendo efecto, pero podría haberse burlado de su accionar durante horas. Estaba ebrio y manejando a toda velocidad en una calle repleta de autos, pero ni si quiera así lograba sentir algo que alivianase su dolor.

¿Qué tan roto podía estar? ¿Qué tan ridículo podía ser?

Al salir del bar, la única solución que encontró para callar su mente fue la de jugar cara a cara con la muerte, pero no sé percató de que estaría aún más inmerso en sí mismo. En soledad, encima de una moto. Era absurdo. Su vida se había transformado en algo absurdo.

Sin embargo, la racionalidad escapaba de la escena y la ira volvía a ser la protsgonisya. Su cabeza oscilaba entre el rechazo del desamor romántico, producido por un mensaje que Lali tardó en contestar, y el poco amor propio que se tenía a sí mismo luego de haber triunfado profesionalmente. Una de sus ficciones estaba a punto de materializarse y allí estaba él, arriesgando todo por tener el corazón roto.

¿Cómo no iba a odiarse?

La angustia corría por sus venas, al igual que el alcohol y el nombre de Lali. No quería culparla de haber seguido adelante, ni tampoco de estar festejando su cumpleaños sin él. Solo quería quitársela del cuerpo para así poder controlar lo que este sentía. Ya no quería recurrir más a sustancias que lo evadieran de la realidad, ni tampoco aferrarse a la adrenalina. Sin embargo, solo montado en su moto podía sentirse poderoso. En ese instante, todo dependía de él y solo de él. Por ende, a la única persona que podría odiar con fundamentos y sin culpa, sería a sí mismo.

Y lo estaba haciendo con mucho gusto.

Volvió a hacer vibrar sus cuerdas vocales y miró por unos segundos al cielo. El celeste impactó de lleno en sus ojos verdes y reaccionó como debería haberlo hecho desde un principio.

Juan Pedro no quería morir.

Odiaba su vida y estaba destinado a sufrir por amor, pero quería triunfar en el mundo cinematográfico y convertirse en alguien mejor. Deseaba volver a enamorarse. Añoraba sentirse amado. No era el tipo de persona que buscaba suicidarse y menos corriendo una carrera con la muerte. Por eso debía continuar, porque este no era él, sino los restos de un amor que no había podido ser.

O bien, un amor que lo había hecho muy feliz y que debía soltar.

No comprendía si el alcohol le había dejado de hacer efecto o estaba viviendo una epifanía. Tampoco si el odio que lo había impulsado a cometer semejante estupidez se había esfumado, o si ya no sentía nada por Lali. Solo tenía una certeza: necesitaba desacelerar la motocicleta y apoyar sus pies en tierra firme.

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⏰ Última actualización: Jan 09, 2021 ⏰

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