Capítulo 34

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La habitación se quedo en silencio. El ruido de la calle era lo único que se podía escuchar, pero dentro de la cabeza de Lali se encontraba a kilómetros. Su corazón latía con tanta velocidad que parecía estar por salirse de allí, tal  y como había sentido durante toda la conversación.

Los labios de Juan Pedro se habían contraído de una manera que jamás hubiera imaginado. La liviandad con la que su boca escupió aquellas dos palabras que tanto necesitaba - y ahora odiaba - escuchar la había partido al medio. Se sentía como un gran cristal que había comenzado a agrietarse hace años y luego de tanto, estaba a segundos de estallar. No era casualidad que sus sentimientos se reflejaran permanentemente en la metáfora de un vidrio, porque cuando lo tenía cerca, así se sentía.

Era frágil, vulnerable y se volvía tan delicada como dicho material. También, y pese a que no quisiera, era completamente transparente. Ya no sabía si se debía a los años o a cómo cambiaba su estado cuando algo no le agradaba, pero Juan Pedro percibía todo antes de que ella pudiera decirlo y eso, le daba ventaja; odiaba sentir que siempre estaba un paso adelante y podía preparar sus respuestas con anticipación. Para ella, él era un signo de pregunta, un laberinto que con un abrir y cerrar de ojos cambiaba sus paredes.

Nunca hubiera esperado que un te amo brotara de sus labios como si fuera la palabra más sencilla de decir. 

Los ojos verdes la observaban con detenimiento y poco a poco comenzaban a empañarse. Lali estaba inmóvil, a tan solo centímetros de él. Quería huir, escapar, desaparecer. Necesitaba que en ese instante el piso se abriera en dos para caer por el abismo al que estaba destinada desde que se había vuelto a cruzar con Juan Pedro. Su corazón había dejado de dar latidos: ahora eran golpes, como si fuera el tambor de una batería; lo sentía en sus oídos, en su cuello, en su pecho. 

Lali llevaba semanas intentando dejarlo -sin querer admitírselo-. Se había distanciado hasta donde podía, poniéndole excusas para no mirarlo y pensar en lo insuficiente que se sentía desde esa noche. Pero siempre volvía a caer en él. Cuando al fin tenía tomada la decisión, sucedía esto. 

-¿No me vas a responder nada? - expresó Juan Pedro rompiendo el silencio - Ey, decime algo La - volvió a sentenciar con la voz entrecortada.

No quería ni podía responder. No sabía qué decir.

Una parte de su cerebro le indicaba que corra lo más lejos posible, que cumpla con ese deseo de escapar de quien tanto daño le había hecho. En su mente, grandes letreros similares a señales de tránsito aparecían en diversos colores y tipografías. Sin embargo, todos hacían referencia a lo mismo: dejarlo, al menos por un tiempo.

En tanto, la otra mitad quería abalanzarse sobre él. Necesitaba enredar las manos en su pelo, atraerlo hacia sí misma y escuchar más de donde habían venido esas dos palabras. Quería sacar la tapa que por tanto tiempo la había privado de saber la verdad, de conocer al verdadero hombre del que estaba enamorada. Lo deseaba con cada centímetro de su cuerpo y estaba sedienta de él. 

Tenía que tomar una decisión, pero no tenía tiempo para meditarla.

Su cabeza estaba fuera de aquella cocina ubicada en Buenos Aires. Lali estaba parada en el medio de la nada. El negro cielo parecía venirse sobre ella debido a una gran tormenta y le quedaban pocos minutos para que este desplegara toda su furia; tenía que encontrar un lugar donde refugiarse. 

Frente a ella, se levantaba un gran letrero dividido en dos y sólo había simples palabras escritas: detrás del primer cartel, ubicado a la  izquierda, había una casa acogedora a pocos metros; el segundo, posicionado a la derecha, tenía un refugio a tantos kilómetros que solo se divisaba una figura gris.

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