Las palabras escaparon de sus labios como si fueran lo más liviano del mundo. Literalmente escaparon, porque Lali ni si quiera fue consciente de que las dijo hasta que su boca terminó de articular la última vocal. Estaba perdida entre la temperatura del cuerpo de Juan Pedro y la suavidad de las sábanas de su cama; el aroma que desprendía naturalmente y el olor que había en su cuarto; el verde de sus ojos y el sabor de sus labios.
Su cabeza parecía desconectada del resto de sus extremidades debido al placer que experimentaba y en ese instante, el te amo brotó de sus cuerdas vocales.
Lali lo miró y notó que él había escuchado las palabras que habían salido en un susurro. Algo en su mirada había cambiado, pero no podía descifrar que era. Por un segundo, quiso parar de tener relaciones y ponerse a llorar; sintió como algo en ella subía de repente y se posicionaba en su garganta. Aunque cuando la boca de Juan Pedro se posó sobre su cuello, volvió a estremecerse y dejarse llevar por él.
Continuaron moviéndose al compás de los gemidos que inundaban la habitación. Juan Pedro tomó una de sus manos y la agarró con fuerza justo antes de que Lali llegara al orgasmo. Luego de que él también lo hiciera, se acostaron desnudos sobre las sábanas negras.
Él recorrió la curvatura de sus pómulos con el dedo índice y le dio un tierno beso en la frente. Lali sintió que iba a terminar de explotar de amor, porque consideraba que aquel tipo de demostración era aún más significativa que el acto mismo de tener relaciones.
En microsegundos, procesó lo que había sucedido. Le había dicho te amo sin titubear, en el medio de un momento que estaban disfrutando. Sabía que no lo había arruinado por la forma en que el cuerpo de Juan Pedro se había contraído en el momento justo. Pero el beso que le acababa de dar, la confundía.
Mientras él miraba el techo en silencio, ella lo contemplaba apoyada sobre uno de sus brazos. Le parecía el ser humano más hermoso del mundo, con su pelo recién cortado pero lo suficientemente largo como para acariciarlo; sus ojos verdes; la sonrisa brillante; los lunares que tenía en el cuerpo; la barba a medio crecer; su torso desnudo. Él.
A través de sus iris se podía percibir la mezcla homogénea de sentimientos que tenía dentro -amor, miedo, nervios, deseo-, la cual debía resolver para poder comprenderse. Solo se podía escuchar el ruido de los autos a lo lejos y aquello le generaba una especie de incomodidad que quería terminar. Pero no sabía si debía hablar o esperar a que él hable.
Si no hubiera contado hasta sesenta, hubiera pensado que habían pasado horas. Si bien al principio se sentía a gusto con la posición en la que estaban, su cabeza comenzaba a mandarle señales de que algo no estaba bien. No quería llorar, sacar conclusiones o apresurarse a los hechos. Pero Juan Pedro parecía estar absorto en un mundo al que ella jamás podría llegar.
Sin embargo, carraspeó una vez para lograr obtener su atención y lo consiguió. Los ojos verdes comenzaron a mirarla fijamente, como si estuvieran hechos para eso. Aunque la luz fuera tenue, ambos podían ver los detalles del otro debido a la cantidad de tiempo que habían pasado juntos.
Juan Pedro soltó un suspiro y se puso en la misma posición que Lali: de costado, con la cabeza apoyada en su muñeca. Su rostro no expresaba demasiado y aquello volvía loca a Lali. Siempre había jugado con analizar su lenguaje no verbal, pero en este caso no podía. Estaba serio y suave a la vez.
Luego de unos segundos, abrió la boca y comenzó a hablar.
- No se bien que decirte La - soltó Juan Pedro - Me sorprendiste. No quiero decir algo y lastimarte, pero tampoco no quiero decir nada y hacerte mal igual.
Lali sintió como su corazón se desplomaba en la cama, bajaba a sus talones y volvía a su lugar. Su panza se revolvió con más rapidez de lo que sus ojos se llenaban de lágrimas.