Los rayos del sol eran tan espesos y nítidos que se asemejaban a un manto lleno de calidez. Poco a poco pintaban de anaranjado el inmenso predio en el que se llevaba a cabo uno de los eventos más importantes y esperados del país.
Los cinco escenarios se habían montado uno en cada punta del lugar y aún así, si alguien se colocaba en el centro, podía oír la convergencia de diferentes estilos: lo alternativo de The 1975, el pop de St. Vincent y la electrónica de Loud Luxury.
Aquel lugar parecía sacado de una película americana, no solo por las estrellas internacionales que tocaban ese año, sino también por cómo el público se había vestido para el evento. Algunos estaban disfrazados, otros creyeron que era una fiesta de gala y por último, estaban los que solo vestían una prenda "icónica" como un buzo, jardineros o zapatillas inmensas.
A pesar de lo que significaba haber asistido al Lollapalooza, ellos estaban ahí, sentados en el pasto. El cielo se les venía encima porque el sol había desaparecido y las estrellas brillaban lo justo y necesario para alumbrar lo que iba a ser una noche perfecta. El sonido característico de los Arctic Monkeys llenaba el aire.
De repente, el ritmo paró y solo el piano se escuchaba. Había empezado una nueva canción. Su canción. Ella se levantó primero, porque reconoció al instante de cuál se trataba. Él la siguió, aunque no tenía ni idea de que tema era; solo estaba escuchando a la banda para darle el gusto a su amor.
Aquella canción siempre la había hecho llorar. Al principio era la melodía, pero cuando leyó la letra supo que eso era lo que la dejaba sin aire. Alex Turner se había encargado de plasmar en cuatro minutos la historia de alguien que necesita volver a su persona, a su lugar.
Mariana había pasado muchos días llorando en silencio por miedo a perderlo. Pero ahí estaban, escuchándola en vivo. Juntos. Estaba junto a su lugar, su persona. Él no estaba al tanto de aquella información, pero la miraba y sonreía hasta por los ojos.
El viento, que había crecido con el caer de la noche, no los movía; las estrellas no los encandilaban; el cielo no los aplastaba. Aquel momento era tan real que la naturaleza misma parecía irreal.
Dos centímetros separaban sus cuerpos, hasta que decidieron romper la distancia y unir sus bocas en un profundo beso. Ella colocó las manos en su cuello, justo cuando la canción lo decía. Llevaban tanto tiempo juntos que se movían como si pudieran predecir los movimientos del otro.
Mientras continuaban besándose, ella podía sentir el sabor a paz que le transmitía. Encontraba en su boca acordes; eran más lindos que los que sonaban de fondo y más adictivos que los que había aprendido a tocar en su habitación. El beso que se estaban dando era cómo descubrir un nuevo rincón favorito de la casa en la que siempre habías vivido.Él tenía apoyadas sus manos en su cintura y la apretaban contra su cuerpo para volverse aún más una misma persona. Las de ella no paraban de jugar con su pelo; a veces tironeaba un poco para que fuera consciente de cuánta necesidad tenía de él.
Habían intercambiado muchos besos, pero ninguno como ese. No importaba que hubiera una banda mundialmente conocida tocando, ni miles de personas a su alrededor. Solo existían ellos dos, su amor, sus cuerpos entrelazados. Se sentían uno adentro del otro.
505 terminó. Su canción dejó de sonar y volvieron a mirarse a los ojos. Ambos sonreían por los iris.(***)
Casi dos años habían pasado desde aquel sábado. Desde allí, la vida Mariana había cambiado por completo. Juan Pedro la había dejado y todavía seguía sintiendo que el corazón le quemaba si pensaba en él.
Incluso, aún tenía días donde se levantaba y cuando estaba frente al espejo, se acariciaba los labios recordando aquel beso. Ese día había sido tan especial para ella que no podía borrarlo de su ser. Ese día había vuelto a amar la vida, o al menos así lo había sentido.
A pesar de haber estado tres años juntos, ese sábado había terminado de bajar sus muros para dejarlo entrar por completo en su ser, porque ya no tenía miedo. Había tenido una experiencia fallida antes de conocerlo y constantemente la atormentaban las inseguridades, pero durante esos cuatro minutos de canción, sintió que podría superar cualquier cosa si lo tenía a su lado.
(***)
Cuando el reloj dio las 8 de la mañana, la alarma del celular de Mariana sonó fuertemente. Con movimientos pesados y entredormida, se levantó para dirigirse directamente al baño. Luego de cepillarse los dientes y acomodarse el pelo, fue a la cocina a preparárse un café.
Mariana estaba por recibirse de periodista y trabajaba para un medio desde su casa. Su labor consistía en publicar todas las noticias que fueran relevantes para un público intermedio, y aunque muchas no fueran de elaboración propia, le gustaba lo que hacía.
Llevaba meses sin saber de Juan Pedro, su gran amor. Si bien pasaba horas pensando en él, en los recuerdos que tenían juntos y en las ganas de uno de sus abrazos, la ruptura había sido demasiado dolorosa como para volver a estar en contacto.
Estaba escribiendo con muy poco interés una nota sobre un escándalo originado en la farándula argentina: Netflix había adquirido los derechos de una serie rodada en el país y como no había tenido demasiado éxito ya no figuraba en el catálogo. Por ello, desde los protagonistas hasta quienes la produjeron detrás de cámara, se habían manifestado por las redes sociales.
El tema era interesante, pero no la atrapaba. Acomodaba la gacetilla que le habían mandado como si fuera un robot: dividía los párrafos, colocaba mayúsculas y agregaba conectores. Prácticamente no leía la información. Hasta que en una de las últimas líneas, encontró su nombre.
"El asistente de dirección, Juan Pedro Lanzani, manifestó que..."