Habían pasado cuatro semanas desde el instante en el que Juan Pedro recibió el mensaje de voz de Lali, en el que le indicaba que debía leer una carta que tenía en el bolsillo. Los días habían transcurrido con lentitud para él, ya que desde aquel momento no había vuelto a ser el mismo. Sin embargo, tapaba sus sentimientos con las ideas de su nuevo proyecto y grandes cantidades de alcohol, cigarrillos, mujeres y amigos.
Había llamado al Chino al día siguiente de su ruptura y desde allí, habían salido prácticamente todos los días. Las excepciones eran las reuniones de producción que Sebastián Ortega proponía para debatir cual era la próxima ficción que iban a rodar y por eso, Juan Pedro se sentía sumamente presionado. Le costaba horrores concentrarse en la idea central sin pensar en ella porque sentía que la encontraba hasta en sus propios pensamientos.
La carta reposaba sobre la mesa de luz como si fuera un trofeo. Además de las palabras escritas con tinta negra, el papel estaba decorado por fragmentos borrosos debido a las lágrimas de ambos. También tenía algunas roturas, como si un cierre se hubiera trabado con él.
Juan Pedro había intentado romperla el día en que la recibió. Luego de estar tendido en el piso de la cocina por un buen rato, quiso ignorar la estructura que Lali había armado para destruirlo por completo. Se había sentido usado y pese a amarla, quería odiarla. Odiaba que hubiera pasado un último fin de semana con él sin haberle avisado que fuera el último y detestaba por completo la manera en la que se había despedido.
¿Qué era esa mierda de enviarle una carta en el abrigo y avisarle por mensaje de texto?
Pensaba que Lali era más madura que aquello y más de una vez había pensado en aparecerse en la puerta de su departamento. Sin embargo, sabía que aquello no era una buena idea. La bronca lo cegaba y quería cometer locuras, pero en el fondo respetaba profundamente la decisión tomada. No la comprendía ni la deseaba, pero era consciente de que no se había portado de la mejor manera con ella. Tenía todo el derecho a quererlo lejos.
El odio que tenía por si mismo crecía cada vez más y su autoestima se destruía. Pese a que intentara taparlo saliendo con varias chicas a la vez, lloraba ebrio por las noches. Se había convertido en un sujeto de película melodramática, algo que detestaba aún más que a su personalidad.
Todavía le costaba comprender como de estar tan bien había pasado a tenerla tan lejos. Lali lo había bloqueado de sus redes durante los primeros días y aquello lo había destruido. Juan Pedro la llamaba al menos dos veces por jornada, solo para asegurarse de que aún seguía teniendo su número de teléfono. Cuando la voz de Lali aparecía en el contestador, sentía como su interior se volvía una ruleta rusa, cuyo objetivo era su corazón.
(***)
Una madrugada, Juan Pedro volvía de comer asado con sus amigos. Estaba un tanto ebrio y desde que había cruzado la puerta que separaba la calle del interior del edificio se había puesto a llorar. Llevaba días sin saber de ella y aunque quisiera comunicarse no podía. Quiso enviarle un mensaje desde el celular del Chino, pero este le quitó el móvil antes de que pudiera hacerlo.
Sentado en el pasillo, intentó llamarla una vez más. Necesitaba oír su voz aunque fuese el frío contestador. Quería tenerla tan cerca como antes y cada vez Lali se alejaba más. Marcó el número -lo sabía de memoria - y espero. Aguardó que sonaran los seis pip característicos de las llamadas y justo cuando debía llegar el mensaje grabado, la voz de Lali diciendo su nombre lo dejo paralizado.
-Debe ser la quinta vez que me llamas en el día Juan Pedro - dijo Lali al otro lado del celular con la voz ubicada entre la tristeza y el enojo -Mirá la hora que es ¿qué haces llamándome?