Capítulo 39

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El flash de las fotos lo sacó del estado pensativo en el que estaba y con la naturalidad que en los últimos días lo caracterizaba, forzó una sonrisa para las cámaras de sus amigos. Mientras el grupo de hombres que conocía desde hacía décadas entonaba el feliz cumpleaños como si fuera una canción de cancha, Juan Pedro se limitó a quedarse inmóvil en la silla. Aún mostrando sus blancos dientes, contempló como las velas ubicadas en la torta se consumían lentamente por el fuego y en algún punto, sintió que aquella metáfora era perfecta para él.

Cerró los ojos, tragó saliva y pensó en cuales iban a ser sus deseos. Como en cada festejo, lo que menos le gustaba hacer era elegir tres de todos los anhelos que tenía pero, sin embargo, aquel 24 de agosto lo hizo con más facilidad. Sus pestañas se abrieron y  de sus labios salió una pequeña ráfaga con la fuerza suficiente como para finalizar con la corta vida de las llamas que tenía delante. Mientras escuchaba los gritos y silbidos de sus amigos, se preguntaba si alguno se había dado cuenta de cuán roto estaba por dentro pero no encontró respuesta que lo dejase satisfecho.  Todo parecía suceder en cámara lenta.

Con las velas apagadas, esperó que la bengala cumpliera su ciclo. Los destellos salían disparados en todas las direcciones y por un instante quiso ser tan pequeño como para caber allí dentro; volar, huir, escapar, quemarse otra vez. 

Las agujas del reloj marcaban las doce y cinco minutos cuando dos manos lo agarraron por detrás para darle un gran abrazo. Lentamente, aquellas palmas subieron por su cuello y lo obligaron a girar la cabeza para finalizar con un pequeño beso en su nariz. Las luces blancas que habían dejado de parpadear segundos atrás volvieron a iluminar la habitación y a coro el grupo de hombres gritaba "beso beso beso", como si aún siguieran en primaria. A veces sus amigos podían ser una gran molestia.

El Chino era el único que lo miraba con seriedad y de brazos cruzados. Juan Pedro sintió los ojos de su amigo clavados en los suyos pero con una pequeña mueca facial le hizo entender que no podía hacer las cosas de otro modo.

Con el cuerpo pesado, se paró y puso su brazo en la cintura de ella. La miró con detenimiento y sintió una punzada en su interior, un dolor que le recordaba que Julieta no era Lali.

-Ellos lo piden - dijo a centímetros de él.

-Lo piden - reafirmó  Juan Pedro con un tono alegre pero fingido y con un pequeño beso, cumplieron el deseo de los participantes de la celebración. 

(***)

Diez días antes,  jamás hubiera imaginado estar con Julieta en el día de su cumpleaños. Una noche, había subido una historia a Instagram de la pila de hojas que tenía por delante con la inscripción "caos"; sin esperar ni un segundo, ella le había respondido y desde allí, no lo había dejado ir.

Juan Pedro había pasado de Lali a decenas de mujeres desconocidas para terminar en brazos de Julieta. Sabía que no debía usarla para olvidarse de su gran amor, porque ya lo había hecho y había terminado demasiado mal, pero no podía evitarlo. No quería estar solo y la única manera que conocía para sobrevivir a sí mismo era estar acompañado de una mujer.

No le gustaba utilizar a nadie y menos a alguien que lo quisiera tanto como Julieta, pero su desesperación por tapar el agujero negro que Lali le había hecho en el corazón no le dejaba opción.

Juan Pedro había conversado con Julieta sobre lo sucedido la noche en la que ella se apareció en la puerta del departamento. Con sólidos argumentos, le había explicado los problemas que le había causado con Lali y cuanto lo había decepcionado, pero ella sabía perfectamente que la única manera de tenerlo era así. Destruido y con el corazón roto.

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